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Lo trágico de la Historia invariante

El liderazgo nacional dominicano está ante la obligación de pensar, muy a profundidad, razones, circunstancias y realidades para sobre ellos proponer paradigmas renovados, desde perspectivas y alcances que superen sus propios intereses, sus arraigadas autocomplacencias, su enfermizo accionar orientado a los fines del poder para la satisfacción del ego y las ambiciones.

Es lo que hoy se entiende urgente: un contenido nuevo y diferente en las propuestas políticas que en el actual último tramo del período constitucional toman cuerpo, con progresiva fortaleza.

¿Para qué querer gobernar? ¿Para ser más ricos? ¿Para continuar siendo, volver a ser o poder ser el “Mayimbe” y astro central de la galaxia republicana?

Eso no basta. Por ser anclaje del personalismo. Agotado está ese recurso. No ofrece dignidad a los actos de actores políticos que lucen entrampados en la visión secular, en la cultura del pasado, en más de lo mismo sólo que más grande y más abrumadoramente.

Según Carlos Marx, Federico Hegel decía que la historia se repetía. Que los líderes de la otrora Europa entrampada en las huestes de una democracia que no terminaba de nacer y de un absolutismo monárquico que dejaba sus huellas en el desenvolvimiento ante lo público venían a las escenas de los nuevos tiempos y la nueva Historia vistiendo los harapos y sudarios del pasado. Que encarnaban tiempos superados; vistiendo, en los significados y propuestas, osamentas corroídas por el tiempo, pretendiendo otorgar dignidad a la atrocidad entonces actual y vigente de no romper el cordón umbilical con las prácticas y modos de hacer del pasado.

A esa observación apodíctica del padre de la democracia en el pensar y de la fortaleza del espíritu de la Ley y de un nuevo orden ciudadano, el viejo Marx agregaba que sí, la historia se repetía, pero como comedia. Es decir, degradada y descontextualizada.

Lo de Marx era una visión crítica y burlesca de la pretensión de honor y majestad con la que los nuevos personajes de la historia querían revestir sus escaramuzas de expoliación, abuso y dominio.

Era una burla contra personajes como Luis Bonaparte quien, sin la grandeza de su abuelo, pretendía echar hacia atrás el carro de una historia que llevaba indefectiblemente hacia la democracia en la que se funda la hoy República Francesa, después de sangrientas y continuadas luchas.

Entre los europeos fue una repetición superada, entonces. Hasta que al amparo del más alto sentido de justicia ódel que emanan y florecen las más grandes sociedades políticas y, en consecuencia, los cualitativamente mejores seres humanosó el imperio de la Ley se impuso junto al deber y rendición de cuentas de los gobernantes ante sus gobernantes. Pedro Henríquez Ureña lo celebraría diciendo que lo primero es la Justicia. Un eco del Juan Pablo Duarte que dijo “Sed justo, lo primero”.

Entre nosotros, en cambio, la Historia tomó otro derrotero, contrario a ese destino y su repetición continúa. Y es tan reiterada su persistencia que no puede tratarse de comedia ya el que alguien haga lo que hicieron los tataratataranietos de sus tataratatarabuelos de la Primera República, o lo acontecido en los peores momentos sufridos por la libertad y la dignidad dominicanas.

Una repetición tan reiterada adquiere aristas trágicas. Así que desde la experiencia político-social y económica de una ínsula perdida en un mar escondido entre océanos se declara que cuando la historia se repite sempiternamente, no es comedia ya sino insufrible tragedia.

Una tragedia diferente pues la padecen otros, el pueblo. Y en él drena la calidad humana hasta hacerlo descender a la mísera condición del instinto y de las bestias: al estado natural.

Esta tragedia convierte en prostitutos para consumo de vacacionistas y turistas a los menores de ambos sexos. A la vista de todos: escribamos y periodistas; intelectuales, sapientes e ignaros; de jueces de las bajas y altas cortes; de fiscales, incluyendo los especiales y encargados de la protección de los derechos de la niñez, la infancia y la adolescencia; de “observadores” de organismos internacionales.

Digo más: se repite como aquelarre. Padres y madres consintiendo, promoviendo y viviendo de porquerías como esa. Las familias deshechas, vaticinio cumplido a la exactitud. El resultado: un desvarío colectivo mal denominado sociedad política. Una situación que exige refundar las obras y cimientos sobre los que se erigen los pilares de bacanales como esas: espejo desde abajo. Saturnal nacido de la carencias material, de saberes y valores; de la ignorancia y la licuación de la Ley; del ejemplo que en sus actos construyen los de arriba; de una nación consumista aunque improductiva.

Según diarios, opinóbulos acreditados y juristas es el resultado de una justicia devenida en letra muerta. Extendida hacia el transporte, la seguridad social y ciudadana, la educación, el cumplimiento de deberes, el ejercicio retorcido de los derechos, la carencia de igualdad ante las oportunidades.

Se quedó corto el viejo Marx, a juzgar por la experiencia de esta ínsula.

No es comedia. Tal panorama no es para reír. Es tragedia, y dolorosa. Y también, inversa: sus efectos no los sufren los causantes de tales circunstancias, sus protagonistas, héroes: los “líderes”. Los padece el pueblo. En especial, la gente más empobrecida. Sobre ella cae el castigo de oráculos y dioses. En tanto, los “héroes trágicos” llevan una vida de paraíso, ajenos a las leyes físicas, naturales, sociales o políticas que puedan afectar sus latidos cardíacos, sus vidas, fortunas, seguridad y desplazamientos.

Esta historia repitiéndose eternamente es bucle del que no se escapa, una verdadera tragedia griega de efectos invertidos porque no es Agamenón quien es asesinado por Clitemnestra por haber echado a la hoguera a Ifigenia para satisfacer a un dios antropófago y maldito. Ni es Edipo quien se arranca los ojos para aceptar la grandeza determinista del Destino. Ni Odiseo quien es vapuleado por Poseidón por los recónditos mares del Egeo por no someter ese orgullo suyo derivado de su genialidad estratégica. Es el pueblo quien está siendo castigado: sometido, diariamente, a las más terribles inseguridades y degradación humana que ojos humanos han visto en aras de la biología de la supervivencia, ante un sistema y realidad que no le ofrecen dignidad ni calidad como entrada o salida.

Situaciones así, ¿no se dice que propician el surgimiento de liderazgos renovados, importantes, visionarios, fortalecidos?

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