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Actualizando la guerra comercial

Desde el 1 de marzo de este año, cuando el presidente norteamericano Donald Trump anunció el incremento de los impuestos a las importaciones de acero y aluminio, se han venido desarrollando frenéticas negociaciones para evitar mayores impactos negativos en la economía mundial.

Los Estados Unidos ha desarrollado planes, en varios frentes, para lograr una mejor posición en el intercambio mundial: impuso impuestos sobre bienes chinos por 50.000 millones de dólares, reiteró la semana pasada que impondrá nuevas tarifas a 200.000 millones de dólares y amenazó con ponérselo a otros 270.000 millones. Planteó romper con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y gravar los automóviles europeos.

Aunque todo parece dramático, existen señales de que las aguas de la guerra comercial a nivel mundial comienzan a descender.

A pesar de que el 15 de julio de este año el presidente Trump declaró que la Unión Europea “es un enemigo en el plano comercial”, once días después se reunía con el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker y llegaron a acuerdos para crear un grupo de trabajo y que ninguna de las dos partes pusiera nuevos aranceles.

Una situación parecida se ha dado en el marco de la negociación del TLCAN, pese a las diferencias existentes entre Estados Unidos y México respecto al tema migratorio, el 27 de agosto en la Casa Blanca el Presidente norteamericano anunció que habían arribado a un entendimiento, del cual, como dijo Goldman Sachs, “no se espera que tengan efectos macroeconómicos sustanciales para los Estados Unidos, si es que los tienen”.

En el caso de Canadá, las diferencias todavía no se han resuelto debido a que el primer ministro Justin Trudeau ha señalado que: “Quieren un buen acuerdo, no cualquier acuerdo”. Las posibilidades de que Canadá y Estados Unidos lleguen a un convenio son reales: la proximidad política de ambas naciones, las relaciones históricas y la posición de muchos congresistas, auguran resultados positivos.

La situación más complicada se mantiene con la República Popular China y no solo por el impacto económico, sino también por el político interno en Estados Unidos.

La semana pasada se informaba que el secretario del tesoro Steven Mnuchin había invitado para las próximas semanas a una delegación china a discutir los asuntos más importantes en las relaciones comerciales entre ambos países. Lo que es un avance.

Aunque la economía norteamericana está en sus mejores momentos, la Reserva Federal ha señalado que las empresas estadounidenses están presionadas y demorando o recortando sus planes de inversión; que muchos de sus costes se han elevados, y pueden estar trasladándolos a los consumidores.

La otra preocupación sobre la guerra comercial con China es de carácter político: el 6 de noviembre se eligen 39 de los 50 gobernadores y lo que es más importante, todos los miembros de la Cámara de Representantes y un tercio de los senadores. Los economistas del Citi han señalado que la guerra comercial afectará más a los estados que votaron por el presidente Trump que los que lo hicieron por la señora Clinton.

La formación de un grupo de llamado “Americanos por el Libre Comercio” formado por asociaciones de productores agropecuarios y que ya ha recaudado millones de dólares con el propósito de desarrollar una campaña en defensa del libre mercado, le da un componente político serio a la guerra comercial dentro de los Estados Unidos.

Al final, debemos esperar que los elementos económicos y políticos permitan llegar a un acuerdo benéfico para los diferentes países en guerra comercial.

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