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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Federico I Barbarroja (1123–1190) y el papado

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El Concordato de Worms (1122) estipulaba que ningún monarca tendría derecho a nombrar a los obispos, pero Federico Barbarroja, “designó y destituyó obispos; se ocupó de elecciones controvertidas y de otras querellas y prohibió la apelación a Roma” (Knowles y otros, Nueva Historia de la Iglesia, II, 1977, 216).

Hemos visto cómo Pipino, Carlomagno y Ludovico Pío protegieron la Iglesia durante los siglos VIII y IX; luego destacamos la acción de los Otones, durante el siglo X en que rescataron la Iglesia de la tutela de los nobles italianos, ahora en la segunda mitad del XII y la primera del XIII veremos la difícil relación de la Iglesia con la familia real Hohenstaufen.

En la querella de las investiduras, ya estudiadas, Gregorio VII (Ü 1085) enfrentó a Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico acerca de los nombramientos de obispos. Las ideas de Gregorio parecían gozar de simpatía en la jerarquía alemana en la primera mitad del siglo XII, pero hacia mediados del siglo, obispos y nobles alemanes vivían un profundo descontento con el papado.

Federico I Barbarroja,de la familia Hohenstaufen, emperador 1152 - 1190, aspiraba a dejar establecida la supremacía del poder imperial sobre el papal. En esto le ayudaron los juristas de la Universidad de Bolonia versados en derecho romano y la antigua preeminencia del emperador. Federico veía con preocupación el creciente poder de las comunas municipales del norte de Italia que se adueñaban de las entradas financieras de los obispados vacantes, antigua prerrogativa imperial.

El papa no podía hacer mucho. En Roma, su autoridad era discutida por el senado, elegido por el pueblo y Arnaldo de Brescia proponía una especie de república. En el sur de Italia, los normandos eran de nuevo enemigos del papa. Barbarroja y el papa se entendieron en el tratado de Constanza 1153, Roma volvía al orden y los normandos se tranquilizaron.

Federico tuvo que volver a Italia en el 1154. No había cumplido lo acordado en Constanza, pero entregó a Arnaldo de Brescia para ser ajusticiado. Barbarroja fue coronado emperador en el 1155. Con sus dominios alemanes en orden y extendidos, realizó una segunda campaña en Italia en el 1158. Ahora encontró que el papa era aliado de los normandos, pero la nobleza y el emperador estaban indignados con los simpatizantes del papa: consideraban el imperio como un “beneficio” papal. En el 1158, Federico les apretó las tuercas a las ciudades italianas del norte. Cuando una discutida elección papal enfrentó a dos papas, Alejandro III contra Víctor IV, Federico pretendió dirimir la cuestión, apoyando al anti-papa Víctor IV en el 1160. Milán fue sometida y castigada. Pero el papa Alejandro III (1159 - 1181) era otro Gregorio VII y se mantuvo firme contra Federico, quien todavía apoyó a dos sucesores de Víctor IV, los anti- papas Pascual III y Calixto III. Alejandro tuvo que huir a Francia. La oposición a Federico creció: a las ciudades del norte de Italia, se unían ahora Venecia, Sicilia, Constantinopla e incluso varios obispos alemanes. Federico fue derrotado por las ciudades italianas en Legnano el 29 de mayo del 1176. El tratado de Venecia del 1177 manifestaba el fracaso de las pretensiones imperiales. La victoria papal duró poco. Los lombardos se entendieron con el emperador en el 1183 y el matrimonio de un hijo de Federico con una princesa normanda de Sicilia amenazaba ahora los territorios pontificios por el norte y por el sur. La pelea se agudizó en el 1186 cuando un hijo de Federico fue coronado rey de Italia.

Hombre tan terrible como religioso, ante la angustiosa situación cristiana en Tierra Santa por una nueva irrupción del islam, Federico emprendió la cruzada y se ahogó en 1190 cruzando a nado un río. Detengámonos ante el papa Alejandro III su principal contrincante.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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