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Luis Encarnación PimentelSanto Domingo

Como la marea ha bajado considerablemente y a nivel del Congreso y del liderazgo político la distensión es más que evidente de un par de semanas para acá, los diputados y senadores tienen que aprovechar la oportunidad para dotar al país de la ley de partidos y electoral que necesita y espera desde hace tiempo. Aun cuando empujado por la presión social y la fuerza del contrapeso, más que por la voluntad o el simple deseo de congresistas y actores partidarios, las condiciones se han ido dando para que finalmente los intereses encontrados lleguen a un entendimiento y aprueben el instrumento de ley sugerido en favor de la disciplina de las organizaciones políticas y del fortalecimiento del régimen electoral nuestro. Se pudiera lamentar el tiempo perdido, pero sin dudas que el “tranque” que hizo subir la temperatura y hasta puso en riesgo la pieza dejó su lección positiva, al obligar a una misiva que invitaba a buscar un entendimiento y, de paso, ponía de manifiesto que en democracia el control absoluto o las mayorías mecánicas en las instancias de poder no son buenas; que siempre es bueno un contrapeso y que la oposición, la sociedad y las minorías jueguen a cabalidad su rol de equilibrio, de control y de vigilancia. Al que gobierna -en cualquier tiempo, y si esta bien intencionado y en vez de la trampa, prioriza la transparencia- es a quien más le beneficia que las cosas se hagan de la mejor manera, por el consenso de las fuerzas vivas de la nación y que las instituciones se fortalezcan en su gestión. En el caso del PLD, como organización en el poder y con la intención de preservarlo, y de Medina como jefe del Ejecutivo, deben celebrar (además del entusiasmo y la euforia causados por la inauguración del Teleférico de Santo Domingo, que es una gran obra, que beneficiará a un amplio núcleo social de la capital) que mientras algunos creían que el impasse coyuntural por el tema de las primarias abiertas o cerradas en la Ley de Partidos devendría en una crisis política de gran magnitud, de repente el liderazgo morado fuera y dentro del Congreso le abrió paso al diálogo y a la racionalidad, en procura de una solución consensuada con la pieza legal en discordia que, además del beneficio institucional que derive, evite que la unidad de los peledeístas sea puesta en peligro.

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