Opinión

La posindignación

Margarita CedeñoSanto Domingo

En los reportes de la más reciente edición del Foro Social Mundial sobre América Latina, realizada en Sao Paulo, Brasil, el mes pasado, resalta con mucha claridad el llamado de la presidenta de Transparencia Internacional, Delia Ferreira, en torno a la importancia de que la sociedad “entre en la fase de la posindignación, que no es solo salir a la calle, sino dirigir esa energía a crear canales de participación”.

En la última década, diversos sucesos alrededor del mundo, no solo en América Latina, han puesto en entredicho la calidad de las democracias y las reglas que sustentan la institucionalidad, lo que ha llevado a ciudadanos de distintas latitudes, a elevar sus protestas, legítimas o no, para reclamar cambios en el orden existente.

Nació así la “indignación” como respuesta a la injusta realidad imperante, que no es más que la considerable desigualdad social que aún afecta el mundo en que vivimos. Pensamos equivocadamente que la tendencia perversa de acumulación inexplicable de riqueza había cambiado a partir de la crisis económica y financiera de finales de la década pasada, pero ha sido todo lo contrario.

Según la Reserva Federal de los Estados Unidos, el 1% de las familias más ricas controla el 38,6% de la riqueza norteamericana, una cifra récord, mientras que el 90% de las familias de menos ingresos se dividen el 22,8% de la riqueza. Es un patrón que se repite en casi todos los países, desnudando la realidad de que cada vez somos más desiguales.

Un contexto así nos lleva a cuestionar cuál es el poder de los sin poder, recordando la obra homónima de Vaclav Havel, ex presidente de la República Checa. Y aunque la obra de Havel es una reflexión en torno a la función de la ideología, no deja de darnos pistas importantes en torno a las características de un movimiento de protesta, que a fin de cuentas también tiene su cimiente en la indignación como “respuesta emocional ante una realidad que se considera injusta”.

La situación política, social y económica de un país, cuando va a la deriva, se manifiesta en una crisis de la democracia, que genera respuestas en los ciudadanos. La cuestión es cómo podemos pasar de la respuesta efímera a la generación de vías efectivas de participación ciudadana, que nos permitan avanzar por igual, tanto en tiempos turbulentos como en los momentos de estabilidad social.

Las vías de participación a las que debemos aspirar, deberían resultar en un diálogo franco y abierto, en un intercambio de experiencias e ideas, en torno a los problemas actuales y futuros que enfrentamos desde el sistema político.

En el diseño democrático que impera, el espacio idóneo para que suceda este importante intercambio, es mediante la partidocracia. Como decía Tocqueville al analizar la democracia americana, “los partidos, las facciones o las asociaciones son absolutamente esenciales para el bienestar de la sociedad democrática”.

Al final de cuentas, la posindignación pasa por asumir la tarea fundamental de participar en los asuntos públicos y con el ejercicio racional de la ciudadanía. Pero para ello, deben existir los canales de participación idóneos, los cuales, en todo escenario, deben generarse desde el ámbito de lo político. Por eso es tan importante, hoy más que ayer, atender con urgencia los cambios que necesita la política y la partidocracia, comenzando por la legislación sobre partidos que aún descansa en el Congreso Nacional.

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