Mujeres y niñas de la ciencia

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Margarita CedeñoSanto Domingo

En toda la historia del premio Nobel, máximo galardón que reconoce el avance de la ciencia, el arte y la literatura en el mundo, 844 hombres han sido reconocidos, mientras que apenas 49 de los premios han sido para mujeres. La mayoría de estos últimos han sido en las áreas de literatura o por los aportes a la paz, mientras que apenas 17 mujeres se han alzado con el Nobel de física, química o medicina.

Aunque se podrá argumentar muchos factores para justificar esta realidad, lo cierto es que la brecha de género en los sectores de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas - las llamadas STEM - persiste desde hace años en todo el mundo.

Cuando investigamos sobre las primeras mujeres que se aventuraron a las ciencias, encontramos a Ada Lovelace, la primera programadora, a Mary Anning, paleontóloga y coleccionista de fósiles, Wang Zhenyi, poetisa y matemática china, Elizabeth Blackwell, médica inglesa, Marie Curie, física y química, y algunas otras más.

La información sobre ellas es escasa, no porque no haya en la historia mentes brillantes femeninas en el campo de la ciencia y de la investigación, sino porque, desgraciadamente, han quedado en el recuerdo de pocos y el olvido de muchos.

Lo peor de todo es que no se enseña lo suficiente sobre ellas en los centros educativos, para enseñar a las niñas que hay un futuro en la ciencia para la mujer y que, al igual que como sucede en otras áreas de la sociedad, se requiere el cerebro femenino en la ciencia.

Muestra de ello es el hallazgo de un estudio publicado en la revista Science, que determinó que “la percepción de que los hombres son más brillantes e inteligentes que las mujeres y, por tanto, más adecuados para desempeñar carreras para personas listasÖes interiorizada por las niñas a una edad tan temprana como los seis años”.

Aún sin llegar a una edad donde puedan elegir con certeza a qué dedicar su vida, la sociedad está condicionando a las niñas a pensar que no son lo suficientemente inteligentes para un conjunto de profesiones y que, por ende, no deben ni considerarlas. ¡Qué injusticia!

Pese a que la presencia de mujeres en programas universitarios es mayor al 50% de la matrícula, apenas un 7% del sexo femenino cree que tendrá una profesión relacionada con la ciencia.

El sistema educativo como lo conocemos, se ha empeñado en la enseñanza de las ciencias y las matemáticas, de una forma tal, que ahuyenta a las niñas, impidiéndoles interesarse en lo más mínimo y convirtiendo a las que si lo hacen, en las “raras” del grupo. La Resolución 70/212, de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que establece el Día Mundial de las Mujeres y las Niñas en las Ciencias, enfatiza en el rol que juega el Estado en elevar el interés público en que el cerebro femenino esté cada vez más presente en la ciencia.

Menospreciar el conocimiento que puede aportar la mujer, es empequeñecer el saber propio. Hoy en día, tenemos que reafirmar el rol que juegan niñas y mujeres en un mundo cada vez más enfocado hacia la ciencia y la tecnología.

Rita Levi-Montalcini, neuróloga y senadora italiana, que trabajó hasta su muerte, a los 103 años, decía que “después de siglos de inactividad, las mujeres jóvenes pueden ahora mirar hacia un futuro moldeado por sus propias manos”. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué hacemos hoy para que las mujeres jóvenes tengan en sus manos las herramientas necesarias, que les permitan moldear un futuro más cercano a la ciencia?

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