Trump y el mundo en un año
Me alegré mucho de que Donald Trump ganara las elecciones en Estados Unidos porque para nada bueno hubiese servido otro “gobierno” de los Clinton, principalmente para Asia, África y América Latina.
La paz del mundo estuviese mucho más amenazada que ahora con una mujer agresiva, que pidió sacar al Servicio Secreto de la Casa Blanca, para poder galletear a su marido por sus infidelidades.
Trump y sus políticas han sido, esencialmente, exitosas en el plano económico. Un desastre en política internacional y un retroceso grave en materia de políticas de protección ambiental y combate al cambio climático.
En el plano interno ha mejorado la confianza en la inversión y su reforma fiscal está estimulando el empleo en forma sostenida, lo que ampliará la producción y la demanda de importaciones. Eso, a su vez, puede significar mayor flujo turístico para países como República Dominicana, y mayor volumen de remesas.
El desastre de Trump es en política internacional. En esa área solo ha pegado una: el fraude descomunal en Honduras –donde tiene la principal base militar en Centroamérica- y logró detener el proyecto de Manuel Zelaya.
Fue tan burda la maniobra en ese pobre país –pero con un gran pueblo- que a Zelaya lo derrocaron en el año 2009 porque para las elecciones siguientes a su mandato donde no era candidato, propuso colocar una urna extra para que el pueblo se pronunciara acerca de si era aceptable llamar a una Asamblea Constituyente.
Por eso lo derrocaron, lo sacaron a tiros en pijama de su cama, lo metieron en un avión y lo tiraron en Costa Rica, donde el Nobel Oscar Arias cumplió en complicidad aceptarlo, cuando debió condenar el golpe y exigir su reposición.
Pero en la era Trump, Orlando Hernández se ha reelegido con un fraude, no porque el pueblo hondureño se haya pronunciado para aceptar la modificación de la Constitución que desde 1982 prohíbe la reelección, sino porque el abril de 2015 la Sala Constitucional habilitó su postulación. ¡La democracia perfecta es la de Honduras! La Constitución prohíbe la reelección y el Tribunal Supremo dice que el presidente puede reelegirse.
¿En qué otro país el tribunal supremo está por encima de la Constitución? Un absurdo jurídico y una manipulación política.
Salvo esta odiosa imposición, el desastre de Trump en política internacional es elocuente: dañó las relaciones con Rusia, con China, con la Unión Europea y ha quedado enano frente a un país pequeño como Corea del Norte que no solo no aceptó sus amenazas, sino que pese ellas, siguió sus desarrollos de armas nucleares y de misiles. Hoy Corea del Norte es una potencia con bombas nucleares y misiles intercontinentales capaces de golpear cualquier punto del planeta.
En Siria, las políticas de Trump se hundieron, pues el Ejército Árabe Sirio, con el apoyo de Hezbolá Libanés y Rusia, entre otros actores, derrotó al Estado Islámico, una formación terrorista forjada por ellos en complicidad con Israel, Francia, Reino Unido, Arabia Saudí, Jordania, Turquía y sus vasallos en el Golfo Pérsico.
En Venezuela, pese a toda la retórica, las sanciones, la presión y el apoyo a una oposición violenta en las calles, el gobierno chavista parece inconmovible.
Con su triunfo, Trump le evitó al mundo mayores pesares de los que tiene, pero no ha logrado imponer su guerrerismo verbal –con éxito- en ninguna parte del mundo.