ENFOQUE
Una explicación histórica de los feminicidios
LA AGRESIÓN A LAS MUJERES TIENE PROFUNDAS RAÍCES EN TODO TIPO DE SOCIEDADES Y LATITUDES
La conmemoración hoy del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que no olvidemos, lo es en recordación al asesinato de las hermanas Mirabal en las postrimerías del trujillismo, nos llega justo cuando ayer otro desaprensivo acudió al lugar de trabajo de su expareja y la asesinó, y en medio de una preocupación colectiva creciente, sobre los niveles prevalentes de las distintas formas de violencia contra la mujer.
No obstante, dentro del marco de esta fenomenología, la manifestación específica de violencia que constituye el feminicidio, es la que más acapara la atención de la prensa, de expertos, de las autoridades y de activistas, tanto a nivel nacional como a nivel regional, y tiene sentido absoluto que así sea. El feminicidio, que no es más que el asesinato de una mujer por razones exclusivas a su género, representa un punto de confluencia final de casi todas las demás manifestaciones de violencia contra la mujer, y por consiguiente, cuando abordamos el fenómeno de los feminicidios, estamos abordando de manera directa e indirecta, cuestiones como el maltrato físico y psicológico, violencia sexual, matrimonio infantil, mutilación genital, entre otros. Afirmamos lo anterior toda vez que, conforme a distintos estudios y a estadísticas oficiales de múltiples países, el feminicida, por lo general, no asesina en su primer exabrupto conductual, sino que inicia por agredir a la mujer de alguna de las maneras citadas precedentemente, hasta que en un desenfreno de maltratos sucesivos, se da el desenlace final del feminicidio.
En este ámbito, América Latina presenta un escenario de crisis. Más del 50% de todos los feminicidios registrados a nivel global ocurren en la región, y cuatro de los cinco países con las mayores tasas mundiales, se encuentran justo aquí. A pesar de las dificultades existentes a la hora de cuantificar los feminicidios, debido a las distintas metodologías aplicadas, y al hecho de que este no siempre se encuentra tipificado como categoría casuística, países como Brasil, Nicaragua, Guatemala y El Salvador, siempre ocupan posiciones cimeras en la oprobiosa lista. Y aunque República Dominicana no se dispute el liderazgo en esta materia, cuando calculamos promedios regionales eliminando a los países en las posiciones superiores, a partir de la información disponible en el Observatorio de Igualdad de género de América Latina y el Caribe de la CEPAL, los 3.6 feminicidios por cada 100 mil mujeres, nos colocan muy por encima del promedio regional.
Sin embargo, a pesar de que ya hemos establecido que América Latina es la región donde más ocurren feminicidios, el mundo occidental desarrollado tampoco escapa al fenómeno que, desde los años 90, solo viene aumentando. En Reino Unido, en un estudio culminado en el año 2015, y recogido en el libro intitulado “When men murder women”, la causa principal de los feminicidios tuvo que ver con algún grado de celotipia sexual, y en un 65% de los casos, se trató de hombres que ya habían agredido a sus víctimas. En Estados Unidos el 51% de todas las mujeres asesinadas lo fueron a manos de sus parejas o exparejas, y también allí los celos jugaron un rol protagónico. En la mayoría de los países europeos se observa una problemática similar: alguna manifestación de celos culminó con la muerte de una mujer.
Cuando se revisan las estadísticas existentes, y las historias recogidas por la prensa, algo llama la atención: el fenómeno de los feminicidios dice presente en sociedades muy distintas entre sí. Existen feminicidios, en países ricos y pobres; con altos y bajos niveles de educación formal; con sistemas judiciales que funcionan y que no funcionan; y en sociedades liberales y conservadoras. A nivel del perfil del feminicida, se registran asesinatos de mujeres entre hombres con ciertos trastornos psicológicos y adicciones, y entre individuos completamente “normales”. Entonces, si se registran feminicidios entre sociedades e individuos tan diferentes entre sí, ¿qué podría estarlos explicando? Evidentemente, que solo algo que resulte común a todos, puede ser la respuesta.
Nuestra historia evolutiva como individuos y sociedad Los celos, presentes en la amplía mayoría de los feminicidios, representan una reacción emocional que despierta cuando algo que nos pertenece, amenaza con no pertenecernos más. Pero, ¿de dónde surge ese sentido de pertenencia del hombre sobre la mujer, y por qué no suele manifestarse en sentido contrario? La razón es biológica-evolutiva.
Más adelante, en nuestros pininos como civilización, cuando pasamos a la etapa de la domesticación, la agricultura y el uso de las herramientas, seguía siendo la fuerza física el principal insumo en las labores de supervivencia, y así continuaba enraizándose culturalmente la “verdad” de la superioridad del hombre. Luego, fuimos creciendo como conglomerados humanos, y cuando ya los dominios absolutos de los más fuertes no podían continuar solo por vía de la fuerza, surgió un elemento que ayudaba a legitimar el sometimiento de los dominantes sobre los dominados: las religiones, aunque en principio, en sus versiones politeístas. Esto, al cabo de unos siglos dio paso a los monoteísmos predominantes de hoy en día, a saber, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, en cuyas sagradas escrituras (en las de las tres religiones) se plasmó el estatus inferior de la mujer con respecto al hombre.
No fue hasta finales de la Revolución Industrial, donde la tecnología empezó a minimizar el valor del esfuerzo físico y a privilegiar la inteligencia y habilidades técnicas que nada tenían que ver con la fuerza, donde se generó en la relación hombre-mujer un importante punto de inflexión: el inicio de lo que hoy conocemos como la liberación femenina o feminismo.
¿Cuál es el objetivo de esta esotérica reflexión? Significar que un problema como el fenómeno de los feminicidios tiene raíces muy profundas que, como se ve, en algunas manifestaciones, datan desde nuestros inicios como civilización. En consecuencia, la erradicación de este mal no se alcanzará únicamente con endurecer las penas, ni con mejorar los mecanismos preventivos, porque para quienes están dispuestos a matar a una mujer y luego suicidarse, esto no representará un elemento disuasivo. No. Estas son tácticas que hay que implementar, que desde luego algún rol jugarán, pero la estrategia ganadora va más allá.
Cambiaremos el curso de la historia de los feminicidios solo si logramos una nueva masculinidad fundamentada sobre dos aspectos. El primero, un sistema educativo integral ---hogareño, pre-escolar, escolar y profesional--- que explique a fondo e inteligiblemente, la historia de la evolución de la relación hombre-mujer, y el absurdo que en estos tiempos constituye la premisa de superioridad que aún vindica el rancio y apestoso machismo. Y segundo, cuando las religiones, en su rol de formadores e influenciadores sociales sin parangón, se reformen, y destierren una noción de superioridad masculina que da pie a muchos de los males asociados con la violencia de género.
No habrá nueva masculinidad sin que el hombre aprenda a lidiar con el rechazo, y esto no será posible, si en su hogar, escuela, trabajo e iglesia, algo le dice que esa que le rechaza tal vez no tenga el derecho o la potestad de hacerlo.
Esa es la estrategia ganadora. Las demás serán tácticas con efectos limitados. Esta será una labor de 20 a 30 años. Hoy es un buen día para comenzar.