La locura catalana
El segregacionismo catalán se remonta a los inicios del siglo XVIII, pero no fue hasta el surgimiento de los movimientos liberales --más de 150 años después--, cuando comenzó a organizarse políticamente y a plantear rutas hacia su independencia del resto de España. La idea tomó fuerza en los tumultuosos primeros años del siglo pasado, cuando en algún momento llegó incluso a proclamar la República Catalana, aunque de manera efímera.
Con el triunfo del franquismo en la Guerra Civil de los tres años --1936-1939--, se ahogó cualquier suspiro de nacionalismo no sólo en Cataluña sino también en todas las demás regiones de España. Utilizar una lengua que no fuera el castellano, por ejemplo, podía costar a un ciudadano la libertad o hasta vida. Pero con la transición llegó la libertad, y ese proceso que parió la Constitución del 1978 dio inicio a la época más longeva de paz, convivencia y prosperidad de la historia española y catalana... A Cataluña le fue reconocida su autonomía y reconquistó el derecho de autogobierno.
Pero si bien la transición española fue modélica y generó admiración en la mayor parte del mundo occidental, es un proceso que también ha sufrido desgaste a lo largo de estos casi cuarenta años. Y en Cataluña ese desgaste se ha evidenciado en el fortalecimiento del sentimiento nacionalista y de sus expresiones políticas.
Los primeros indicios se presentaron en los albores de este siglo, cuando la histórica formación Esquerra Republicana de Catalunya dio un enorme salto en sus votaciones y en su participación política manteniendo la misma línea de reclamar la independencia de Cataluña.
En el año 2003 estos independentistas llegaron por primera vez a la Generalitat conformando un tripartito con verdes y socialistas, y lo hicieron para impulsar la reforma al estatuto de autonomía catalana. Lo consiguen tras dos años de tranques y negociaciones. Sin embargo, el Partido Popular recurrió ese nuevo estatuto ante el Tribunal Constitucional, que cinco años después declaró ilegal algunas de las principales conquistas y reivindicaciones que el nacionalismo catalán incluyó en ese nuevo marco de convivencia.
Esto, sumado a la crisis económica que entonces estallaba en España y en toda Europa, generó descontentos de importancia y fertilizó el terreno para que creciera el populismo nacionalistaÖ ¿Y quién mejor para encabezar esa ola populista que los discípulos de Jordi Pujol, líder de una agrupación política que gobernó Cataluña por décadas sobre la base de pactos que tenían como único objetivo mantenerse en el poder...?
Hoy quien lidera el desaguisado es Puigdemont, pero antes correspondió a Artur Mas --el discípulo más aventajado de Pujol--, conducir el proceso de mutar a CiU del nacionalismo moderado al independentismo radical para construir alianzas con grupos políticos y sociales independentistas y asumir la bandera del “procés” dentro de una coalición variopinta denominada Junts pel Sí (Juntos por el Sí).
Y desde entonces están dividendo a la sociedad catalana, alejando a los catalanes del resto de España y al resto de España de los catalanes, montando referéndums abiertamente inconstitucionales y sin fuerza legal para producir proceso alguno con un mínimo de legitimidad, todo dentro de un barullo que ha desembocado en episodios tan lamentables como las cargas policiales del primero de octubre en contra de ciudadanos indefensos o la locura de este fin de semana con la declaración de República de Cataluña y la consecuente respuesta del gobierno español, que haciendo uso de las herramientas de que dispone para preservar la unidad política y territorial de España, disolvió el parlamento, destituyó a Puigdemont y se encuentra en proceso de intervenir las instituciones catalanas.
Pero si bien la crisis que vive hoy Cataluña es consecuencia directa de la irresponsabilidad y el populismo vulgar de su clase política, no es menos cierto que desde la Moncloa se ha actuado con similar desacierto.
El expresidente Zapatero fue cobarde e irresoluto para abordar un problema que estalló en sus manos, y aplicó paliativos que al final no corrigieron nada y por el contrario agravaron la crisis... Mientras que Mariano Rajoy, actual jefe de gobierno, ha sido torpe, prepotente y ha pretendido aplicar soluciones legales a un conflicto político que siempre minimizó.
Porque en el trasfondo de esta locura catalana se encuentra el deterioro de la partidocracia española, instalada en el inmovilismo e incapaz de ver cómo se agotaba el modelo del 78 y que se hacía necesario convocar a nuevos pactos que fortalecieran la convivencia...
...Ojalá no sea tarde para reparar una fractura que no conviene a nadie.. Ni a Cataluña, ni a España, ni a Europa.