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Opinión

Viento Sur

El padre Cavero cumplió en Ocoa y Baní

Después que el padre Cavero llevó las gallinas y que los pacientes que estaban a mi cargo vieron que la prometida ayuda del Instituto Dermatológico se iba haciendo realidad, llegó el sacerdote con un camión cargado de chivas preñadas y comenzamos a repartirlas en Baní y luego en Ocoa.

Una brigada de constructores evaluó las casas destruidas de los pacientes en Baní y poco tiempo después comenzó la construcción de nuevas que eran una mezcla de bloques de hormigón y zinc, pero con un diseño capaz de resistir nuevos fenómenos naturales. Y así fue, pues 38 años después yo paso por Sabana Chiquita, Nizao y otros lugares, y las viviendas están intactas y las familias beneficiadas siguen disfrutando de ese alivio que le dio el Dermatológico cuando todo estaba desolado por el huracán David.

Recuerdo que cuando estábamos en Las Avispas, San José de Ocoa, esperando que bajaran de El Higuito unos pacientes que ya habían recibido gallinas y ahora se les entregarían dos chivas y un chivo, el padre Cavero y yo comenzamos a hablar de experiencias mutuas.

Quiso saber qué me inspiraba a servir a los más pobres y enfermos de las montañas de Ocoa; yo le dije que tenía un gran respeto y admiración por los agricultores, por su dedicación y su generosidad, y era mi propósito no abandonarlos nunca ni en la tragedia ni en la enfermedad. Por eso crucé ríos desbordados con una mochila al hombro con 50 libras de medicamentos para que su condición no se deteriorara ni siquiera en medio de la tormenta Federico, que hizo crecer los ríos Ocoa, Nizao, Banilejo y otros, a los que además averió sus puentes y solo a nado se podían cruzar.

Recuerdo que el padre Luis Quinn se lanzó a cruzar el río Ocoa en esos días y el torrente lo arrastró aguas abajo pero pudo salir y salvar la vida. Quien cada día se aventuraba a cruzar el río y lo hacía con éxito era Vicky, la esposa de Exiquio Estrada, que además lo hacía con dos tanquecitos de leche del ordeño de una finca que tenía el matrimonio al pie de la subida del sector Los Come Dulce, en Sabana Larga, y que ella vendía por litro en su casa de la calle La Altagracia, ubicada donde hoy está la oficina de Edesur en Ocoa. ¡Tremenda nadadora!

Pero Pipilo Tejeda, Miguelín Arias, Darío Genao, Juan López, Catalé de la Cruz y yo nos lanzamos a la aventura y primero cruzamos el río Ocoa, avanzamos loma adentro sin parar hasta llegar a Las Avispas (unos 20 kilómetros) donde encontramos que el río Nizao había borrado el puente y estaba impenetrable.

El profesor Chichí Ciprián nos informó que la única forma que teníamos de cruzar el río era subiendo por su ribera derecha cerca de un kilómetro, cruzar el arroyo El Higuito que venía también desbordado pero era su afluente y luego caer al río más arriba de donde entraba el arroyo.

Marchamos loma arriba con pesadas mochilas llenas de medicina, vadeamos el arroyo, luego otro y medio kilómetro más arriba de la casa del profesor Chichí nos lanzamos al Nizao y lo cruzamos exitosamente, retomamos lo que quedaba de carretera y una hora después estábamos en Rancho Arriba, seguimos hacia Los Quemados, Monte Negro y La Estrechura, donde comenzamos a repartir antigripales y antiparasitarios, así como multivitamínicos.

Cuando llegamos a Monte Negro en fila india, un helicóptero militar descendió a orillas del río Nizao y de él bajaron el padre Luis Quinn, Vinicio Castillo (Vici), que entonces representaba al gobierno de Antonio Guzmán, y dos militares.

El padre Luis y Vici, al verme junto a mis amigos, me preguntaron cómo logramos llegar con esos ríos desbordados y esas pesadas mochilas. Les respondí que estábamos resueltos a no abandonar a la gente en la tragedia y llevábamos suficientes medicinas para que a ningún niño o adulto le diera gripe o diarrea.

Los habitantes de esa zona y los de Arroyo Caña, Los Morones y Juan Luis, deben recordar que nadie por ahí sufrió de esas enfermedades por ese esfuerzo colectivo y estimulante.

Cuando el padre Cavero escuchó estas explicaciones y el profesor Chichí Ciprián las corroboraba mientras compartíamos un café en su casa de Las Avispas, me dijo que yo le había inspirado mucha confianza y sabía que todo iba a marchar bien.

Entonces me habló de él, su sacerdocio y sus enfrentamientos contra Trujillo, contra Fidel Castro y contra Joaquín Balaguer por defender a los más pobres y desamparados.

Me contó su participación como capellán de los invasores de Girón y cómo su avión tuvo que remontar vuelo en Cuba y escapar de las baterías antiaéreas cubanas –que derribaron varias aeronaves-.

Yo me reía porque veía el valor de este pequeño hombre de enrolarse en un esfuerzo destinado al fracaso, pero lo hizo, no obstante, yo estaba muy alegre de que Cuba derrotara esa invasión mercenaria para que dejaran al pueblo cubano alfabetizarse, contar con médicos y sanitarios suficientes para vivir con dignidad.

En Las Avispas me contó el padre Cavero que estando en Monte Cristi, en plena dictadura de Trujillo, tuvo una experiencia muy dura. El dictador hizo una de esas visitas fanfarronas y mientras estaba comiendo en una casa de sus allegados, el padre Cavero tomó una gran bocina de su iglesia, que en un pueblo pequeño servía de informador o emisora.

Por esa bocina comenzó el padre a orientar al pueblo de Monte Cristi, a decirle que no creyera en gente que le gustaba que lo adularan y que en cambio nada daba para lograr el desarrollo.

“¡Monte Cristi… Monte Cristi, no ha nacido el hombre que haga algo por ti!”, gritaba el padre –según me contó- mientras Trujillo saboreaba incómodo un trozo de carne de chivo.

El padre pasó largo tiempo repitiendo su eslogan contra Trujillo y pocas horas después de que el tirano dejara el poblado de la Línea Noroeste, un barco pasó a recoger al cura y lo depositó en Puerto Rico.

Contra Balaguer, el padre Cavero fue duro por Radio Santa María y Radio Dajabón, dándole apoyo a las invasiones de tierra que ejecutaban campesinos, principalmente en los campos de San Francisco de Macorís.

El sacerdote me contó que en más de una ocasión Balaguer se molestó mucho y envió emisarios para tratar de acallarlo, pero que nunca cedió y se mantuvo al lado de los campesinos hasta que conquistaron la tierra y el propio gobernante los asentó.

Terminados los proyectos de casas y de pequeñas crianzas para los pacientes del Dermatológico, Cavero concluyó su cooperación. En más de una ocasión encontré a pacientes y a sus hijos vendiendo ensartas de pollos de gran tamaño en las calles de Ocoa y de Baní, y también vi sus patios con decenas de ejemplares. El proyecto realmente ayudó a esa gente.

Años después ubiqué al padre Cavero retirado en Manresa Loyola y allí fui a verlo, lo encontré en pijamas en una mecedora junto a otros sacerdotes ya viejitos.

Me le acerqué, le dije quién era, le recordé las acciones que realizamos juntos y sonreía y me repetía sin parar: “Ora al Espíritu Santo y él te ayudará”. Me convencí que el sacerdote vivaz e inteligente que conocí ahora estaba entrando en la penumbra de la senilidad y se quedaba muy monosilábico. Con tristeza me paré y salí, poco tiempo después me enteré por la prensa de que falleció y fue sepultado ahí mismo, en el panteón de los jesuitas.

Ahí yace un sacerdote intrépido y consagrado a servir a los pobres sin importarle enfrentarse a los más poderosos, incluidos tiranos.

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