Opinión

EL DEDO EN EL GATILLO

A Murakami le niegan el Nobel igual que a Benedetti

Para la escritora Laura Hermoso, la Academia Sueca no le entregará jamás el Premio Nobel al japonés Haruki Murakamki, entre otras causas “porque este decidió escribir su primera novela viendo un partido de béisbol”.

Lo cierto es que hoy por hoy, Murakami (un autor que empezó a escribir en inglés, y luego se tradujo a sí mismo a su idioma materno) es uno de los más leídos en el mundo, alguien que ha reinventado la narrativa japonesa, ha mirado a Occidente sin dejar de ser oriental. Un novelista que ha dicho cosas tan honestas como: ““Escribo diez páginas a diario como cualquier persona marca la tarjeta a la entrada y a la salida del trabajo. ¿Por qué un escritor tiene que comportarse como un artista?

En los tres últimos años, Murakami ha sido el principal candidato para recibir, entre otras minucias, un cheque con la suma de 1.1 millones de dólares en los prestigiosos salones de la Academia Sueca. Sin embargo, en esas tres ocasiones, el jurado ha sacado del interior de un sombrero mágico tres sobres con tres nombres que han asombrado el mundo: Svetlana Aleksiévich, Bob Dylan, y ahora a Kazuo Ishiguro.

Los literatos e intelectuales de su país nunca han tenido mucho aprecio por Murakami, entre otras causas, por su renuncia a la voluntad de estilo y a su éxito mundial. Nunca ha dejado de escribir. Y lo hace con el lenguaje de todos los días. Cualquier paralelo entre él y nuestro Mario Benedetti no es pura coincidencia. Al uruguayo universal también le negaron el Nobel, el Cervantes, y cualquier otra distinción que más que honrarlo, se honraría con su nombre.

El Premio Nobel se ha politizado. O mejor dicho, se ha ideologizado. Ya no se premia a un autor por los valores de la obra creada sino por las posiciones extraliterarias que asume, ya bien a favor o en contra de las manecillas del reloj. Decir hoy Premio Nobel es sinónimo de baratillos en las populosas avenidas a las que acuden gentes de diversas cataduras a mirar al escritor como si fueran los regalos que el dinero puede comprar.

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