Amo a Samaná

A Samaná debo escribirle desde el yo. No sólo es la cuna donde nací —allá frente al mar—, sino también el terruño del que guardo los mejores recuerdos de mi infancia.

Amo a Samaná. Y amo aun más todo lo que ella representa y posee como ciudad hospitalaria, bienhechora y de gente mansa, así como Gueddy, el emblemático ebanista del pueblo, de ascendencia afroamericana, a quien recuerdo por su humilde forma de proceder.

Amo entrañablemente esta ciudad. Y anhelo para ella lo mejor. En la misma proporción con que aporta con su turismo, sus playas, cocos, pesca, cultura y su “museo” náutico donde van las ballenas jorobadas a calentarse. Allá, en sus tibias aguas caribeñas.

Pongo el caso del coco, tan popular en las calles capitalinas. Se estima que las empresas procesadoras y exportadoras de coco generan 40 millones de dólares al año en el país. Así lo planteó hace poco Horacio Lomba, gerente general del Consorcio Cítrico Dominicano (CCD). Sumémosle a eso la cifra que se consigue por el consumo local del coco.

De cualquier manera, al igual que muchos samanenses que habitan en tierras extranjeras, y añoran su pequeña ciudad marítima, tengo también que abogar por esta provincia llamada Samaná.

Invocar porque las autoridades nacionales respalden a las locales, a fin de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Así también propiciar servicios de mayor calidad, y el acceso a más fuentes de empleos.

Felizmente, Samaná no está entre las diez provincias más pobres del país; sin embargo —de acuerdo a un informe del Ministerio de Economía de 2010—, la tasa de pobreza general se estima en un 48.9%, lo que significa una fuerte prevalencia de desigualdad en la población.

Por lo pronto, el Consejo Regional de Desarrollo (CRD), cuyo radio de acción está justo en la región Nordeste, en la que está Samaná, reclama al Gobierno ejecutar una serie de obras claves que logren modernizar esa zona.

El CRD pide optimizar el Puerto de Arroyo Barril con la operación de una flota mercante; profundizar el turismo de cruceros, la industrialización del coco; apoyo a los pescadores de Sánchez, Las Terrenas y Santa Bárbara, así como la construcción —a cuatro vías— de la carretera Samaná-Nagua, San Francisco-Tenares-Salcedo, Moca-Santiago.

Confieso que en este lugar aprendí a amar a Dios, justo cuando mis mayores me llevaban a la Chorcha o a la antigua iglesia wesleyana; a los cultos que realizaban descendientes de los esclavos libertos. Por eso, sobre todo, amo este pueblo que me vio nacer literal y espiritualmente. Espero lo mejor para esta ciudad que es turística y muy acogedora. ¡Desde aquí, invitamos a todos visitar Samaná!