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TECLAZOS

Los periodistas y el miedo a lo desconocido

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Juan Eduardo ThomasEditor en Jefe

La aparición de internet significó un cambio en la forma, en tiempo y dimensión en la que se hacían las cosas. Irrumpió y modificó las reglas de juego de todo lo que se conocía hasta la fecha: desde estudios a sistemas financieros.

Nos trajo un acercamiento en la comunicación personal y ha logrado cambiar el patrón de unidireccionalidad de los procesos informativos, una novedad que plantó un nuevo escenario de acción, desconocido por la mayoría de los actores que corrían en aquel proceso.

El sector financiero supo adaptarse, tan solo por citar un ejemplo, aunque lo continúa haciendo. El manejo de las cuentas personales a través de una plataforma en línea es una evidencia. La posibilidad de hacer transacciones entre entidades bancarias con tan solo algunos clicks de distancia lo atestiguan. Y antes de eso facilitó el pago de servicios tradicionales, también por la misma plataforma y garantizando total seguridad en las operaciones.

Pareciera que el problema, si es que existe y se le puede llamar de esa manera, era actualizarse, entender los cambios que vivía el mundo para entonces, y adaptarse a ellos. Al momento en el que la opción tomada era obviar esa realidad creciente suponía ponerse de espaldas a la forma y manera en la que haríamos las cosas en lo adelante.

Hágase unos análisis médicos y reciba sus resultados en su cuenta de correo electrónico, en su teléfono móvil.

El mundo cambió por la tecnología. Pero no es la Internet el único ejemplo: mírese la aparición de las imágenes en movimiento, de la radio, la televisión a blanco y negro y luego a color. Procesos tecnológicos fuera de lo común en alguna época que generaron escepticismo, incredulidad. Miedo.

Es el tradicional y conocido temor al cambio, a lo nuevo. A lo que se produce no porque tengamos argumentos para creer que no funcionará el invento de turno, sino más bien porque al no conocerlo, dominarlo, entramos en cierta fase de pánico por lo desconocido, porque entramos a un escenario que no dominamos. Porque de llevar de la mano los procesos pasamos a desconocerlos.

El ser humano no suele sentarse a reaprender, más cuando tiene tiempo haciendo las cosas de una forma o modo y entiende, probablemente con su razón, que le ha salido bien durante años.

Cuando la Internet llegó a República Dominicana pasó algo de eso. O todo, quizá.

Lo peor es que la Internet llegó y aun no acaba. Lo mejor puede estar por venir. ¿Quién está en condiciones de asegurar lo contrario?

Para principios de 1990 era impensable establecer comunicación con video de forma gratuita. Y ahora está al alcance de todos. Ya no solo por un ordenador, la opción está en nuestros bolsillos, en nuestras manos con los teléfonos inteligentes.

De algo podemos estar seguros: las nuevas generaciones se encargarán de poner en ridículo las tecnologías que conocemos hoy, de la misma forma que un tal Bill Gates o Steve Jobs lo hicieron una vez.

Sala de redacción de Listín Diario. Mediados de 2008.

La Internet, y todas sus nuevas herramientas, aplicaciones y dispositivos están aquí pero no han firmado su final. Por el contrario, hay que prepararse para más, prepararse para de una vez y por todas entender que lo único seguro es el cambio en la vida. Prepararnos para no temer.

Cuando las nuevas tecnologías sellaron su aparición en el periodismo surgió el mismo temor, o miedo al cambio.

En las redacciones de los periódicos, o al menos en algunas de las que tengo conocimiento, abundan historias de cómo fue el cambio de las legendarias máquinas de escribir a los ordenadores de hoy. A modo de chiste cuentan los más jóvenes de aquella época cómo los reporteros y editores ya establecidos reaccionaban ante la idea de cambiarles sus Olivettis. Era algo así como un insulto, una falta de visión, una apuesta al fracaso, entendían los veteranos periodistas de la época. Una apuesta a la locura.

Hay un apunte que hace Eduardo Suarez, un periodista español que ha laborado para el periódico El Mundo y que formó parte del núcleo fundador del diario digital El Español: “Cualquier tecnología nueva fue percibida por algunos como una moda pasajera, como una herramienta para la demagogia o como el fin del periodismo. Siempre se demostró que esos escépticos no tenían razón y a menudo quienes lo demostraron fueron novatos a quienes no les importaba cómo se habían hecho las cosas”.

Los ordenadores han permanecido. Han ampliado su presencia en el mundo y han influido con naturalidad excesiva a los medios de comunicación. Han simplificado el trabajo de informarse, y complejizado un poco el proceso de construcción y difusión de la información.

Iguales traumas, quizá, se vivieron con la noticia de que ya no vendrían cintas de grabación para las grabadoras de voz de los reporteros. Era el cambio llegado diciéndole a una generación de exitosos y talentosos profesionales que tenían que cambiar, adaptarse, no marcharse. Pero el mensaje no fue comprendido y muchos entendieron que se les estaba echando, que les sacaban de la fiesta en la que tantas veces habían bailado.

En mi experiencia periodística me he encontrado con colegas con grabadoras antiguas, de las de casete. Gente que se ha aferrado a sus antiquísimos equipos, los cuales reúsan cada cierto tiempo ante la imposibilidad mental de adquirir nuevos.

Yo no les culpo y trato de entenderlos. Así nacieron como reporteros. Solo así entienden su oficio. Se les escucha y se obtienen una o dos cosas en común: no tienen idea de cómo funcionan los nuevos aparatos y por consiguiente les falta información sobre sus ventajas y comodidades. Hay un rechazo primario, una reacción casi inmediata al nuevo aparato. Miedo a lo desconocido.

Al final del día se encerraron en el único círculo que dominaban, en el entorno de sus comodidades, como si eso les garantizara permanencia. No habían visto las potencialidades de un mundo que les brindaba la oportunidad de ser más eficientes, de ahorrar tiempo, costes.

Cuando una generación se encierra con sus armas y lucha por su supervivencia se aísla de un cambiante mundo, y por consiguiente pierde las mejores oportunidades para interpretarle mejor.

El cambio de las máquinas y de los grabadores son dos ejemplos, importantes, pero simples.

El miedo es una reacción que nace a raíz del desconocimiento. Todo lo que no conocemos a priori es factible de que nos de miedo, asegura Dani Rovira, un genio español de la comedia en un monólogo que tituló “Ser padre”.

¿Dónde yo veo mayor problema? Pues en entender que el trabajo periodístico de hoy, no el de mañana, pasa necesariamente por la Web y sus beneficios.

Pasa por entender que, económicamente, para un medio de comunicación informativo tradicional, como un periódico, es tan o más importante su versión en línea que su tirada en papel. No entro yo en deliberaciones y temores sobre el fin de la prensa en papel o de los libros porque sencillamente no lo veo.

Lo que si entiendo es que el modelo de negocio de los periódicos, y su sustentación, requiere cada día de mayores y mejores ingresos por la Internet. Por la combinación de paquetes de venta que incluyan ambas plataformas, que ofrezcan no un mayor, sino un mejor precio, en función de las impresiones o clicks, del tiempo dedicado a la lectura.

Y eso hay que sentarse frente a los reporteros y hablarlo. Hay que hacerles conciencia de que su trabajo puede ser más leído en la plataforma en línea que en una simple impresión de periódico. Hay que hacerles ver que parte de su salario ya proviene de ahí. O que podría, en un plazo corto, llegar por esa vía.

La capacidad de impacto de una noticia, reportaje, crónica o artículo de opinión está supeditada a la tirada diaria de determinado periódico. Y seré algo benevolente aquí al incluir y permitirle a los diarios gratuitos su oferta de venta, aquella de que más de un par de ojos pasan por ellos cada día por su condición de libertad en el pago. Eso puede darnos un número exacto, que muy difícilmente supere el de la edición anterior. Pero, ¿en nuestra versión en línea sucede lo mismo?

Puede entender un periodista que su historia está disponible a los ojos de poco más de cien mil personas al día. O a lo mejor de más. ¿Se puede? Un reportero debería saber cuántas personas le leyeron en la versión Web. Cuáles historias son las que las personas buscan, porque una de las ventajas de las plataformas en línea es que cuantifican y filtran la lectoría.

Te dan un dato que el papel no puede: indica tendencias, gustos, preferencias. Ideas generales para partir de ellas y elaborar más historias de esos temas, si es el interés. Te da datos para jugar mejor y más preparado. Explica patrones de consumo, te da horas, lugares. Obliga, incluso, a pensar en una segunda historia, una buena reacción, no la simple declaración de un funcionario o un afectado.

La medición y analítica da a la empresa periodística la posibilidad de especializar a redactores, asignarles nuevos temas.