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En el ámbito de la diplomacia pública

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MANUEL MORALES LAMASanto Domingo

En el propósito de lograr mayor efectividad en la realización de los planes y en la consecución de los objetivos de la política exterior, han surgido diversas formas de ejecución de la diplomacia, entre las cuales tiene un lugar especial la diplomacia pública. Hoy en día, hablar de diplomacia pública (“Public Diplomacy”), implica reconocer un fenómeno específico dimanante de la “generalización de la cultura democrática” y, asimismo, de los extraordinarios avances tecnológicos y sociológicos que se evidencian en los medios de información y comunicación. Más aun, de la consecuente incidencia de la opinión pública en las relaciones internacionales.

Procede precisar que todo bien sustentado concepto de diplomacia pública comparte el supuesto de que las opiniones, actitudes y comportamientos de los ciudadanos de otros países importan a los gobiernos, porque tienen un claro impacto en la política económica y exterior y, consecuentemente, en los intereses nacionales. “El objetivo fundamental de la diplomacia pública siempre es infl uir sobre el comportamiento de un gobierno extranjero de forma indirecta, teniendo incidencia sobre las actitudes de sus ciudadanos” (J. Noya).

En tal perspectiva, debe tenerse en cuenta, que en ocasiones, el propósito de la diplomacia pública puede estar dirigido a lograr opiniones favorables hacia una particular causa u orientación, también con respecto a un determinado acto o intervención. Igualmente la ejecución de la diplomacia pública podría proponerse infl uir en la “Comunidad Internacional” para lograr la “aceptación pacífi ca” de una particular intervención o participación del país, o para justifi car una determinada conducta.

En ese marco, debe resaltarse, que las acciones de la diplomacia pública resultan cruciales cuando los Estados se encuentran en momentos de crisis o son objeto de “percepciones de opinión internacional bajas”. Debe tenerse presente, igualmente, que “cómo sea percibido un país en el exterior tiene implicaciones sobre su capacidad para atraer inversiones y turismo”.

Básicamente, como se ha señalado, la diplomacia pública consiste en una serie de bien fundamentadas iniciativas, consagradas por la práctica, destinadas a ejercer infl uencia de manera estratégica sobre las audiencias extranjeras, “no sólo a elites o líderes de opinión, sino también al público en general”. Para el Estado, el ejercicio de esta modalidad de diplomacia, tiene la fi nalidad de “agenciarse un capital de simpatía susceptible de dar efi cacia” a esenciales acciones en las relaciones exteriores, valiéndose tácticamente de una “conveniente” promoción de su cultura (reforzando la imagen de su identidad nacional), así como de la efi ciente difusión de sus puntos de vista y con ello la consistente promoción y defensa de sus intereses.

La diplomacia pública se ha convertido en un valioso instrumento que les permite a las naciones, teniendo en cuenta el esencial principio de unidad de acción exterior del Estado, poder conducir aspectos importantes de sus relaciones exteriores a través de los medios de comunicación. También en ese propósito pueden establecerse “mesas de diálogo con el sector privado y entidades no gubernamentales”, entre otros medios, con igual fi nalidad.

Metódicamente, la diplomacia pública, profesionalmente manejada, facilita poder proyectar una imagen digna, atractiva y confi able de la nación, promoviendo tácticamente entre otras virtudes, la de ser un país “progresista, creativo, innovador y seguro”, a fi n de potenciar su prestigio exterior, de manera que genere un conveniente nivel de “empatía y adhesiones” a su favor, tal como lo demandan las acciones en el ámbito de los nuevos vínculos económicos (comerciales y fi nancieros) y políticos (seguridad y defensa). Evidentemente, las ejecutorias de la diplomacia pública potencian el ejercicio (y amplían los horizontes) de la “diplomacia convencional”, compartiendo así sus debidas adecuaciones a la realidad actual.

Conviene resaltar, tal como se había tratado ampliamente en ocasiones precedentes, que en el ámbito de su efectividad, la diplomacia pública suele contar con la implementación del proyecto “estrategia marca país”, que consiste prácticamente, en crear una bien sustentada “identidad visual” del país.

En el orden práctico, las iniciativas que deben tener lugar con el fi n de planifi car un proyecto de diplomacia pública suelen partir de una bien fundamentada investigación para poder determinar la percepción que se tiene del país internacionalmente y a nivel interno. De manera que en base a los objetivos establecidos se puedan identifi car las acciones más convenientes a llevar a cabo y los ejes temáticos y medios a través de los cuales se realizarán. Para la ejecución de la diplomacia pública, conforme a la normativa aplicable, los países crean un órgano central (eminentemente técnico) en su Cancillería, “complementado por un comité de cualifi cados expertos en la materia”, que debe elaborar periódicamente las nuevas estrategias y establecer los mecanismos para la evaluación de las existentes.

Cabe precisar, fi nalmente, la diferencia que existe entre la diplomacia pública y la propaganda. Mientras la diplomacia pública busca despertar “el interés en el benefi cio mutuo, la cooperación y la transparencia”; la propaganda es coercitiva, “impone los contenidos” y no abre espacio para el diálogo y el cambio. En la diplomacia pública la difusión de las ideas con el objeto de atraer recursos y personas, tiene que basarse en la confi anza, la autenticidad y el entendimiento.

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