¡No olvidéis a Juancito Rodríguez!
No debéis olvidar a Juancito Rodríguez, hacendado y campechano, de Moca y de La Vega, de dos parajes geográficos del Cibao fértil. El hombre más rico del país, después de Trujillo. Querido y respetado por labriegos y coterráneos. Un día, la lóbrega codicia del tirano envidió sus propiedades. Trujillo lo quiso todo, nadie podía competir honradamente con su patrimonio mal habido. Le molestaba la presencia de Juancito. No cabían los dos en el país. Fue así como empezó el dictador a invadir subrepticiamente sus terrenos, a robar su ganado, a contaminar sus cosechas. Y Juancito fraguó tácticas para salir de las garras del omnímodo, del dueño de vidas y haciendas del país. Era la década del 40 del siglo pasado. Juancito logró sacar parte de su fortuna y la puso a disposición de la lucha por el derrocamiento de la satrapía trujillista. Juancito coordinó las empresas libertarias del exilio.
Se puso él mismo al frente. Fue así como surgió “Cayo Confites” tentativa de repatriación armada con grandes posibilidades de éxito, entre julio y septiembre de 1947 en Cuba. Aglutinó mil trescientos combatientes, una parte de ellos veteranos de la Segunda Guerra Mundial, otra, de ex combatientes de la Guerra Civil Española, y un segmento básico de dominicanos, cubanos, centroamericanos, bajo su jefatura combatiente. Junto a Juancito estaba una Junta de exilados dominicanos, entre los cuales se destacaron el profesor Juan Bosch e internacionalistas como Fidel Castro. Juancito logró la adquisición de varios aviones de combate, de varias embarcaciones, de armamento pesado, usado en la 2da Guerra Mundial. Juancito logró el apoyo de quienes formarían oficialmente la “Legión del Caribe” a finales de 1947, coalición de luchadores por la libertad, cuya misión era derribar las obsoletas dictaduras existentes.
Aunque esta Legión desempeñaría un rol importante en la lucha armada en 1948 en Costa Rica que llevó al poder al presidente José Figueres, su meta era Trujillo. Figueres se comprometió en auspiciar desde el poder, una vez alcanzado el mismo, una fuerza militar para desplazar a Trujillo. Sin embargo, luego de la victoria, que fue dirigida por dominicanos, como Miguel Ángel Ramírez Alcántara y Horacio Julio Ornes Coiscou, el presidente Figueres incumplió su promesa. Es bueno destacar que las armas, con las cuales los dominicanos y ticas combatieron en la llamada “revolución de los cafetales” en Costa Rica, eran las mismas armas que fueron confiscadas en Cuba, que poseían los combatientes de Cayo Confites, cuando el jefe del ejército cubano, Genóvevo Pérez Dámera, fue sobornado por Trujillo para frustrar esa expedición armada, que de haber llegado a las costas dominicanas, conjuntamente con aviones de bombardeos, habría desmantelado el aparato trujillista del Estado.
Trujillo en 1947 no poseía armas modernas, había en vigencia un orden del Departamento de Estado norteamericano que prohibía ventas de armas a Trujillo, decisión que apenas fue mantenida entre 1945 y 1948, cuando los aires de la democracia y la libertad, expandidos por el triunfo de los aliados sobre el eje nazi fascista, evidenciaban la obsolescencia de su régimen de terror.
“El Primer anti comunista de América”, como se hacía llamar Trujillo, confrontó problemas en esa coyuntura, y estuvo al punto de ser derribado, por la acción conjunta de los exilados dominicanos, que contaron con el apoyo inicial del presidente de Cuba, Ramón Grau de San Martín, primero y luego con Carlos Prío Socarrás, en el interregno electivo de mediados del año 1947.
A raíz del acto vil de traición de Pérez Dámera, los dominicanos se fueron a Costa Rica a pelear por Figueres con el compromiso de que, después, Figueres apoyaría a los dominicanos. Juancito Rodríguez logró junto a otros combatientes que las armas de Cayo Confites, les fueron entregadas, por el gobierno de Prío Socarrás, para llevarla a Costa Rica a hacer la revolución.
Ante la súbita traición de Figueres, Juancito Rodríguez encontró la mano amiga y solidaria del presidente de Guatemala, Juan José Arévalo, quien ofreció el territorio de su país para la nueva empresa revolucionaria contra Trujillo. Juancito se propuso entonces una modalidad distinta a la experiencia de Cayo Confites, desechando la participación masiva de combatientes, organizando tres núcleos fundamentales de combatientes, que no pasarían de 75 revolucionarios, quienes asegurarían apoyo de fuerzas internas de la resistencia en las zonas de los desembarcos aéreos. Esta expedición estaba comandada por Juancito Rodríguez.
El azar la frustró, uno de los aviones fue retenido cuando se detuvo a proveerse de combustible en la isla mexicana de Cozumel, el otro, donde iba la mayor cantidad de combatientes, entre ellos Juancito, estuvo al punto de ser fulminado por una tormenta eléctrica, haciendo un aterrizaje forzoso, y el tercer avión aún cuando acuatizó en la bahía de Luperón, no pudo encontrarse con los grupos internos que respaldarían la lucha. 10 años después, ya viejo y cansado, Juancito ofrenda a la Patria a su hijo más querido, el comandante José Horacio Rodríguez, quien fue uno de los miembros de la “raza inmortal” del 14 y 20 de junio de 1959. Su corazón ardiente no pudo más, en las postrimerías de 1960, acongojado, vapuleado por el destino, este cruzado de la libertad desapareció del mundo de los vivos. No pudo ver el final de la tiranía. No debemos olvidarlo.
El nombre del General Juancito Rodríguez debe difundirse junto al de los héroes y mártires de las luchas libertarias. Una escuela, una granja agrícola, un tramo de carretera, deben llevar su nombre como legado al tiempo histórico del honor y el decoro, del valor y el amor a su Patria de un dominicano grande, generoso y patriota.