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EN PLURAL

No es conspiración, sino empoderamiento

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Las marchas verdes han centrado la atención de políticos, politólogos y sociólogos en la sociedad civil, concepto que hacía tiempo andaba de capa caída.

El empuje de una voluntad colegiada sorprendió surgiendo como acto de magia, y tapizó las calles dominicanas con el color de la esperanza, y nos pone a repensar nociones que estudiábamos en pasadas décadas sobre la sociedad civil, base común de todos los partidos políticos modernos.

Esa sociedad la analizábamos en su diversidad interna, su condición variada y variable, un océano que un día puede estar terso como un espejo, y al otro encresparse en olas furiosas, en la rebelión de las masas, como tituló Ortega y Gasset aquel libro que marcó mi generación y la de mi padre.

En nuestro país hasta el 22 de febrero pasado, la sociedad civil, o el conjunto de ciudadanos y ciudadanas dominicanos parecía más que serena, anestesiada, amansada.

En los sectores altos, por el intercambio entre contribuciones y apoyos incondicionales a campañas electorales y contratos otorgados sin licitación, subsidios e indulgencias impositivas.

Y en las capas desposeídas tarjetas, bonos, alimentación escolar, ofrecidos como donaciones, como favores, no como son, derechos, se convirtieron en narcóticos eficientes.

Como el modelo clientelista resulta caro, dar, comprar conciencia y opiniones, requiere mucho dinero, porque también hay que hacer ricos a los que gobiernan, la corrupción creció como nunca antes, y lo que es peor, se tornó IMPUNE.

Como maqueta atractiva el modelo fue copiado en otras dimensiones, el robo se expandió, aumentó la delincuencia.

Comprometidos unos, comprados otros, indolentes muchos, dejamos que pasaran muchas cosas feas.

Entonces el escándalo del caso Odebrecht llegó, como ciclón que se formó en otras latitudes, pero sacudió el país.

El ventarrón despabiló a los inocentes, ¡hasta a los que se fingían ignorantes! La sacudida fue tan grande que nos tiró por la calle del medio convocados por las voces vibrantes de Fafa Taveras y de Ricardo Nieves, a luchar contra la impunidad, que ha convertido la corrupción en una práctica políticamente aceptada, siendo como es, un robo que priva a los ciudadanos de servicios públicos eficientes, dándoles a cambio limosnas y degradación.

La corrupción campante que compra y vende conciencias, está privando al país del lujo de un Américo Lugo y un Juan Bosch, de su moral. Y sin moral familias y nación están perdidas.

La masa verde es un movimiento civilista: ni una pedrada, ni un empujón. Pacífico, ordenado.

Sus marchas tienen la contundencia de sus cartelones escritos con donaire popular y mucho talento, certeros, auténticos como las canciones que inspira el movimiento. Por ejemplo, El Castigador, ¡espléndida!

Viendo las marchas verdes, colocando en percentiles de la pirámide social los participantes en ellas, se comprueba la magnitud omniabarcante del estremecimiento de asco y de indignación que sacude en la ciudadanía dominicana.

Desfilan hombro con hombro el señor encorbatado, la dama bien vestida, el vendedor de chicles de la esquina, el joven gimnasta y el inválido en su silla de ruedas.

Los políticos también, no tienen por qué negarlo. Los perremeístas, por ejemplo, que habíamos denunciado el fraude Odebrecht hace más de un año, y que en la voz de nuestros legisladores más jóvenes, Faride y el senador Paliza, exigen transparencia desde el Congreso.

Los políticos somos ciudadanos. Son ciudadanos los que votan por nosotros, los que nos otorgan liderazgos auténticos, son nuestras bases pobres que pagan con su hambre lo que otros ganan ilegalmente y disfrutan impunes.

La política, dice Fafa, se ha degradado, ya no es servicio. Participando en las marchas devolvemos al pueblo lo que le debemos.

El ventarrón verde también ha movido al partido de gobierno. Desalados salen de sus mansiones, funcionarios y acólitos, a denostar las Marchas Verdes y a los que las organizan. Conspiración y conspiradores, gritan.

No consultan para decirlo ni en el diccionario, ni en google.

¿La sociedad civil conspira? No tiene por qué hacerlo. La Constitución le asigna derechos inalienables: elegir gobernantes, expresarse y protestar libremente, reconocer cuándo se equivocó eligiendo.

Las conspiraciones son secretas. Es a la franca, públicamente, cara al sol y a la lluvia, que la sociedad civil dominicana está exigiendo el cese de la impunidad, un régimen de consecuencias, una justicia justa que no existe, un “detente” al robo permitido y protegido.

Punto de inflexión entre ricos y pobres, jóvenes y viejos, militantes y socialcivilistas, las Marchas Verdes han evocado en mí la tesis del gobierno compartido de Peña Gómez, el rol participativo que asigna a la ciudadanía.

Pero eso será tema de otro En Plural.Mientras tanto, hasta el 21 de mayo, en el Encuentro Verde, en Azua: ¡la marcha sigue!

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