El arroz de Arkansas y de Dominicana
Araíz de mi artículo anterior sobre el maíz mejicano y el arroz haitiano y los temores que tenemos sobre lo que puede pasar con el sector agropecuario y fundamentalmente con el arroz, se me han acercado algunos amigos señalando que el Gobierno y el sector privado no se prepararon para el final de las facilidades que le otorgaba el Tratado de Libre Comercio.
Pienso que puede haber un poco de eso, pero el sector agropecuario ha mejorado su productividad de manera tal que desde el 2008 somos autosufi cientes, y recibe cuantiosos recursos en fi - nanciamiento a través del esquema de la pignoración.
Ahora bien, al margen del nivel de atención que se le haya prestado o no al sector, hay una realidad, no somos ni podemos ser competitivos con muchos productores asiáticos, ni tampoco con los de Estados Unidos.
Según un artículo escrito por el economista Chris Edwards director de política impositiva del conocido Instituto Cato de Washington, los Estados Unidos gastan 25 mil millardos de dólares en subsidios al sector agrícola, en forma de seguros, riesgo de cobertura, precios mínimos garantizados, ayudas para desastres, etc.
Según Environmental Working Group los productores de arroz recibieron entre el año 1995 y 2011 pagos directos de 2,000 millones de dólares, mientras que sólo dos molinos recibieron casi 900 millones de dólares en esos años, Aunque no existieran subsidios en los Estados Unidos, las posibilidades de competir serían escasas, por otra razón muy importante, la propiedad de la tierra, y la posibilidad del uso intensivo de equipo y tecnología.
Hace unos años la periodista norteamericana Maura R.
O´connor visitó a Stuttgart que es una pequeña ciudad de Arkansas con menos de 10 mil habitantes, tiene los dos más grandes molinos del mundo que procesan el 40 % del arroz que se produce en Estados Unidos y grandes sembradíos del cereal.
En Stuttgart, la familia Brantley tiene 58,000 tareas de tierras cultivadas de arroz, usan 13 satélites para dirigir los tractores para preparar las tierras, aviones para regar los fertilizantes y pesticidas, una irrigación intensiva a través de bombas y tuberías, y contratan sólo nueve empleados para monitorear todas las tierras después de sembradas.
A diferencia de lo que sucede en Arkansas, en nuestro país la producción es fundamentalmente minifundista, el 53% de las tierras sembrada es propiedad de parceleros de la reforma agraria y el 95 de los productores de arroz tienen menos de 100 tareas de tierra, lo cual quiere decir que se hace casi imposible usar las tecnologías y equipamientos que los productores de Arkansas.
La preocupación por los productores agrícolas, no es sólo en la República Dominicana, hace unos días el pleno de la Asamblea Nacional panameña aprobó el arroz como cultivo de seguridad alimentaria; mientras que el Presidente Bush dictó una orden ejecutiva para revisar las políticas y leyes que regulan el sector agropecuario con el fi n de protegerlo de aquellas que “dañan a los agricultores y las comunidades rurales del país”.
Posiblemente las negociaciones del 2003 y el 2004 con el DRCAFTA debieron ser mejores, pero las presiones de una política de mercado libre que venían de todos los sitios eran muy difícil de resistir para el país, tal vez debimos ser más proactivo, pero ante el agua derramada no se puede seguir llorando, sino hacer lo que se pueda para que el sector no colapse y con él muchos dominicanos no se vayan a la ruina.