Opinión

Abajismo reverdecido

Los marchadores verdes asisten a sus protestas “indignados” por tantos desafueros de la “mala democracia que padecemos”. Aunque no hay que ser un riguroso observador para darnos perfecta cuenta de su génesis y apoyo económico, y su color identitario (P.C., y A.P.); también vemos adheridos en estos desplazamientos callejeros “activistas sociales” (así se hacen llamar aquellos fracasados combatientes de izquierda travestidos de verde, reverdecidos en sus reproches, renovándose porque estaban mustios), caminando juntos y ateniéndose a los procedimientos democráticos de los que siempre han creído en ella. Ahora pretenden fagocitar a los demócratas para arrimar brasas al asador. Afortunadamente, hace ya mucho que en la República Dominicana, “comunista” no equivale a “luchador democrático” pues la forma de legalizar sus ideas cayó en un profundo descrédito. De aquí que han cambiado de táctica: mezclarse entre los ingenuos y usurpar su liderazgo. Sabemos que su ideología política está hoy prácticamente desaparecida algo felizmente deseable, pero son capaces de extorsionar las causas que asume la ciudadanía mediante recursos operativos que son puros instrumentos de lucha: fogatas, caminatas, antorchas, eslóganesÖ y en el fondo esconden acciones de traición a la patria. Entre los marchadores van gestores de lobies fusionistas y sodomitas, radicales de izquierda, lúmpenes y sacerdotes jesuitas de la conjura que se entrecruzan con genuinos defensores profesionales del orden democrático y contra la impunidad de todos los que la propician y no de sus adversarios políticos o de su resabio o resentimiento de clase. Para el cambio político y social la toma de la calle es fundadamente válido si es para articular una mayoría popular que proteja y salve la República Dominicana en su identidad y su soberanía, y no para aliarse a sus enemigos que impulsan una solución migratoria a la tragedia haitiana; para promover una falsa defensa del medio ambiente sufragados por comerciantes especuladores. Obsérvese que objetan a Punta Catalina por contaminación del carbón, sin embargo, no se oponen a las plantas de Itabo que operan con carbón y contaminan más que Catalina. Es decir, se vale todo. Esa es una estrategia inaceptable, porque solo busca izar la bandera del sectarismo, la corrupción del adversario. No se reclama contra los corruptos del pasado próximo, que es como aprobar la perversa apelación exculpatoria del “borrón y cuenta nueva”, o de la obediencia debida. Semejante propósito fundado y oculto en los pliegues de banderas partidarias no deben permitirlo los que luchan y exigen un Estado menos corrompido, por una autoridad verdadera y una democracia ejemplar. Estos deben estar advertidos de la diferencia entre ambas modalidades de propósitos. No es lo mismo la realidad que construir una realidad sobre la base del engaño, del señuelo, de la trampa mediática y de la soflama demagoga. Hay mucha gente travestida de activistas sociales y en el fondo está orientada a despistar sobre sus verdaderos planes: borrar la frontera física y jurídica de la República, alerta sobre la que habrá de volver a cada instante. Así es como están concebidas las “marchas verdes”: seducir y cautivar a gente de buena fe y sana de intención para servir de manada en el propósito de romper la hegemonía de los partidos tradicionales.

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