FUERA DE CÁMARA

¡Murió el Vesuvio!

El Vesuvio ha cerrado sus puertas, sin previo aviso. Muere de esa forma el más emblemático restaurant capitaleño, centro de citas sociales, empresariales y políticas en el más alto nivel, sin sucumbir a la mediocridad del ruido y el dinero fácil… Sesentitrés años después, se fue callado, sin avisar, como vivió siempre compartiendo espacio con la familia de don Anibale Bonarelly, el gentil y caballeroso inmigrante italiano que lo fundó y donde vio crecer y corretear a sus hijos Enzo, Peppino y Etano, su mayor legado a la sociedad dominicana.

Las añoranzas de juventud de los capitaleños están de muchas formas ligadas a él, al Vesuvio, desde 1954 cuando abrió por primera vez.

Su respetabilidad comenzaba por casa: Don Anibale vivía con su familia en el segundo nivel del local donde abajo funcionaba el restaurant en la avenida George Washington, y desde un principio estableció una norma básica: ¡este lugar se respeta, este lugar es mi casa...! Los clientes tradicionales del Vesuvio querían a don Anibale y lo respetaban por las condiciones humanas tan extraordinarias que siempre tuvo, y sus hijos Enzo, Peppino y Etano crecieron tratándose con la gente. Allí se iniciaron en los negocios de la alimentación y bebida. Cuando don Anibale se retiró, Enzo ocupó su espacio en la gerencia del negocio que nunca alteró su variado menú con productos mayormente importados de Italia, principalmente pastas y carnes, quesos mozzarella y los exquisitos antipastos que se paseaban en carritos de mesa en mesa. Para sus habitués de más de medio siglo --entre ellos Rafelito Perelló y otros muchos como él que tenían allí hasta su propia cava--, con el Vesuvio muere uno de los espacios más románticos de la capital dominicana…

… Con una muerte lenta La última vez que fui al Vesuvio --dos meses atrás- -, tuve la sensación de que agonizaba… Ya quedaba poco de su tradicional glamour, de su aristocracia, de su alta clase, aunque aún mostraba signos de una rancia estirpe que se resistía a entregar su linaje.

Era sábado por la tarde, y mi estancia no fue placentera porque falló la climatización, los aires acondicionados estaban averiados y para colmo de males esa tarde hizo más calor que de costumbre. Me apenó comprobar que aquello ya no era el Vesuvio que tanto deleitó a los capitaleños, y que los escasos clientes actuales tenían otro perfil.

Me alentó, sin embargo, encontrarme a mi salida apresurada con Iván Robiou y Félix Calvo que llegaban como de costumbre en proverbial lealtad a la misma mesa que por tantos años tenía un cliente sabatino cautivo: Rafelito Perelló y su círculo de amistades íntimas.

¿Y entonces… Enzo? Como había quedado al frente del restaurant cuando don Anibale se retiró hasta fallecer años después, Enzo, el hermano mayor, vio partir primero a Peppino y luego a Etano, que emprendieron negocios propios.

Peppino fundó Pizzarelli --exitosa pizzería que incluso le ha tumbado el pulso a las multimillonarias pizzerías norteamericanas establecidas aquí--, y luego en compañía de sus hijos ha desarrollado la empresa El Catador, la más importante distribuidora de vinos, whisky y bebidas espirituosas de la región.

También junto a sus hijos, Peppino Bonarelly ha fundado otros restaurantes en el módulo central de la capital --como Mitre y Bodega Fratelli--, y extensiones de El Catador que han tenido mucho éxito.

El hermano menor, Etano, mantiene siempre lleno El Vesuvito, en la Tiradentes… El mejor de todos ellos —que son buenos todos— es Enzo… Pero Enzo se ha quedado sin empleo… Por suerte, ya no lo necesita.

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