Opinión

La casa de Duarte, ¡un puñado de polvo!

(“¿Y quedará perdida una sola memoria de aquellos tiempos ilustres, una palabra sola de aquellos días en que habló el espíritu puro y encendido, un puñado siquiera de aquellos restos que quisiéramos revivir con el calor de nuestras propias entrañas? De la tierra, y de lo más escondido y hondo de ella, lo recogeremos todo, y lo pondremos donde se le conozca y reverencie; porque es sagrado, sea cosa o persona, cuanto recuerda a un país, y a la caediza y venal naturaleza humana, la época en que los hombres, desprendidos de sí, daban su vida por la ventura y el honor ajenos.” José Martí) El poeta Héctor Incháustegui Cabral escribió su obra “Miedo en un puñado de polvo” que ahora evoco, para hablar en tiempo presente de la casa donde nació el Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte. La edifi cación se encuentra en estado de deterioro, y al entrar en ella vemos como se ha convertido en un almacén de materiales de construcción y escombros. En un interesante reportaje del periodista Juan R. Ramírez, del periódico Hoy, el honorable presidente del Instituto Duartiano, José Pérez Saviñón, ha denunciado públicamente el abandono y la paralización de obra, que había sido asignada a la célebre “Ofi cina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (Oisoe)”, después que esta ofi cina iniciara hace tres años la reconstrucción del inmueble.

Los trabajos fueron iniciados el 17 de enero del 2013 y luego desatendidos, y según declara el doctor Pérez Saviñón, de ahí en adelante se han hecho más de diez promesas para reiniciar los trabajos, siendo la más reciente, del nuevo director de la Oisoe, Ing. Francisco Pagán, para comenzar de nuevo el pasado lunes 15, sin que esto se haya producido.

De acuerdo al presidente del Instituto Duartiano, el señor Pagán había hecho idénticas promesas a un grupo de historiadores el 30 de agosto, sin que se materializara el ofrecimiento. Se había prometido la reconstrucción de la casa del Padre de la Patria para el bicentenario de Duarte en enero del 2013. ¿Por qué esta desidia? El mobiliario se deteriora por el polvo conjuntamente con las pertenencias de Duarte. Dice el doctor Pérez Saviñón, en nombre del Instituto, que están desesperados, porque el pueblo tiene derecho a tener el museo, la biblioteca de Duarte.

(“El hombre es superior a la palabra.

Recojamos el polvo de sus pensamientos, ya que no podemos recoger el de sus huesos, y abrámonos camino hasta el campo sagrado de sus tumbas, para doblar ante ellas la rodilla, y perdonar en su nombre a los que olvidan, o no tienen el valor para imitarlos.” José Martí.) Pienso que la “revolución educativa”, que impulsa el actual gobierno como uno de sus logros tangibles, debe incorporar a su pleno de realizaciones, el fomento constante y devoto por las ideas fundadoras de la República. No son los locales de las escuelas, por sí mismos, los que defi - nen el alcance de una conciencia social y humanista, los que forjan un pensamiento esencial de nación, de acatamiento de un destino de libertad y creación de riquezas.

Las paredes decoradas, los espacios libres, el brillo de la mañana sobre los emblemas y uniformes escolares, son importantes, pero es del conocimiento, que debe surgir la categoría cultural del origen y la defensa de los valores que engendraron el proyecto de nación. De la morralla burocrática del Estado en toda nuestra historia, solamente se esperan loas y sobrestimaciones, excitaciones del poder absoluto.

Sólo Duarte es una formulación coherente de país, que no debe sufrir menoscabo, en los vaivenes irresolutos de la post modernidad. Sus claros planteamientos sobre la funcionalidad de los poderes del Estado y su reconocimiento del poder municipal, parecen haberse adelantado a los tiempos.

Su inquebrantable sentido de la dignidad nacional, parece requerirse como instrumento de formación en los escolares, para que nadie ose violentar los límites del respeto a los atributos soberanos de la nación. Es en Duarte, donde está vigente, la lucha sostenida y heroica del pueblo dominicano contra los opresores haitianos, los colonialistas españoles y las intervenciones extranjeras de las grandes potencias, una de las cuales en abril de 1965, impidió la reposición del orden constitucional y violentó todos los tratados internacionales de soberanía y autodeterminación. Si Duarte no signifi ca nada, si no podemos reparar su casa, convertirla en biblioteca de consulta, si no es una prioridad nacional, si se le considera obsoleto para las nuevas encomiendas y subordinaciones epocales, entonces nos hacemos cómplices, de quienes necesitan desguarnecer el espíritu patriótico, para liquidar el proyecto nacional.

(“Duarte es una travesía de polvo y espadas/ un juramento de nubes demorando la partida de la tarde/una medalla de luz condecorando la tierra/También el hijo de un gallego estampando su amor con el nuestro/una súplica de tormentas/ la patria vertical de los puños/el sueño juvenil de los alborotados/ Duarte es un desterrado que se convirtió en paisaje/ una montaña que dialogó con los cielos/ una constitución de libres que nadie cumple/ Duarte es una avenida tumultuosa de gentes que lo ignoran/y que venden y compran y se aman y se mueren bajo su nombre”. T.R. Poema del libro de poesía, “Gestión de Alborada”).

Tengo una especial admiración y afecto por los directivos del Instituto Duartiano, por su tenaz trabajo, por su seguimiento, por su valía decorosa. Pienso que la impotencia que los abate es un refl ejo de la descomposición que vivimos, y que tenemos que reaccionar frente a ella, con vigor, superando cualquier diferencia coyuntural, para preservar la memoria de Duarte y sus compañeros. No hay excusas, señores de la “Oisoe”, para postergar por más tiempo la reparación de la casa de Duarte. El país necesita reposicionar sus valores, demanda alzar en ofrenda cotidiana, los más nobles principios normativos, de un conglomerado plausible del legado del Padre de la Patria.

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