Tiempo para el alma
“Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena”. Ecl. 1:7. ¿Dónde está la cumbre? Esa cima que buscamos, por la que rompemos brazos, por la que echamos a un lado lo verdaderamente trascendental, la que nos obnubila, por la que nos ponemos orejeras aislantes, por la que repelemos el verdadero amor. Esa cima, ¿dónde está? ¿Qué pasa cuando creemos haberla alcanzado? El en horizonte surge otra, más alta, imponente, desafiante, tentadora, morbosamente atractiva. Y ahí vamos nuevamente: rompemos brazos otra vez, echamos lo importante a un lado otra vez, nos obnubilamos otra vez, ajustamos orejeras otra vez, nos perdemos del amor otra vez... “Vanidad de vanidades...”. El tiempo pasa y vamos girando en un círculo estúpido, como un perro tratando de alcanzar la cola insistente, vagamente. El tiempo pasa y dejamos esfumar lo trascendente, lo perdido será difícil de recuperar, como la sopa derramada en la tierra. Quizás ahora haya tiempo de redimensionar la cumbre.