Opinión

COGIÉNDOLO SUAVE

Sinvergüencerías de arrimado

Mario Emilio PérezSanto Domingo

Cuando mi amigo contrajo matrimonio con aquella hermosa mujer, de lo único que se quejaba era que un tío de la dama conviviría con ellos. Había acondicionado un cuarto en el patio de la casa que alquiló en un sector capitalino de clase media. Las diferencias entre los dos hombres comenzaron de inmediato, porque el huésped no trabajaba, ni buscaba empleo. Se pasaba el día frente a la pantalla de un televisor, comprado con el producto de sus escasas jornadas laborales. Comía con la voracidad de quienes no costean los alimentos, y más de una vez lo sorprendió su protector degustando botellas de refrescos o cervezas que sustraía de la nevera. Pero lo que sacaba de quicio al paganini de aquel hogar era escuchar al desvergonzado holgazán quejarse de alguno de los alimentos que se deslizaban por su tragapan. --¡Guay, esto sabe a comida de preso, o de fonda de barrio pobre!- lo escuchó exclamar un mediodía en que engullía el almuerzo conseguido sin trabajólica sudoración de sobaco. El sufrido jefe de familia perdió un día la paciencia, y echó de la vivienda al abusivo arrimado, el cual inició a partir de entonces una jornada de denuestos contra él. Algo verdaderamente gracioso eran los relatos en que fundamentaba su encono el personaje, quien le puso el sobrenombre de El azaroso al marido de su sobrina. --Ese tipo carga un maleficio arriba- decía la sirvienta que contrató y que tiene tan malos sentimientos como él, pues una mañana en la cocina le di un par de pellizquitos en los guardalodos, me puyó la barriga con un cuchillo, y boté hasta sangre. El refrán lo expresa: de tal palo, tal astilla. Dijo que uno de los peores momentos que vivió fue cuando después de ponerlo a pintar la vivienda, el hombre no le dio ni un centavo por aquel trabajo. También relató que una tarde escuchó el sonido de una ducha en la casa contigua, y se encaramó en la azotea para brechar a quien supuso era una joven vecina conocida. Pero al volverse quien cumplía el deber de higiene, reparó el vividor que se trataba del ventripotente y velludo padre de la doncella. El ingrato llegó a afirmar que como había visto en lo mismo a esa hora a quien calificaba de enemigo, seguramente lo hacía para disfrutar del nudismo machil. --Ese canalla, o es cundango, o juega las dos bases- dijo mientras yo, asqueado, dejaba el claro sin despedirme.

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