Opinión

Tiempo para el alma

“Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras”. Jn. 3: 20. El agua cristalina deja ver entre sus ondas el hermoso movimiento de la vida que hay debajo de ella. El agua turbia, en cambio, cubre hábilmente los deshechos y la putrefacción que la oscurecen. El mal busca esconderse, disfrazarse, hacerse invisible, pasar inadvertido; se viste de incluso de bien, de bueno, de paternalista, de dadivoso... el mal es turbio, se oculta en sí mismo. El mal puede ser tan atractivo, que seduce a los débiles, a los ingenuos y a los ignorantes. Tiene su propia sabiduría y la usa perversamente para trabajar con ojos de búho en la oscuridad. El bien, en cambio, nada oculta, es tan visible que se expone excesivamente al mal. Pero el bien es libre y ofrece libertad, es plácido y ama la tranquilidad, la paz, la armonía, el respeto, la verdad... es cristalino; él mismo es la luz y brilla por necesidad. Si alguna vez se oculta es porque le avergüenza la vanagloria. ¿En qué agua nado? ¿Soy luz o sombra? Quizás hoy no importa, pero también quizás cuando importe sea muy tarde. La vida, mis queridos lectores, se puede esfumar en un segundo.

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