Tiempo para el alma
“El mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. 1 Jn. 2: 17. ¡Qué verdad tan grande! Todo pasa. Nos adherimos a ciertas personas, a status, a cosas materiales, a ambiciones, a arribismos, a búsquedas interminables de una plenitud y una felicidad mal concebidas... Y todo eso pasa, no se queda en nuestra alma, no nos da la verdadera plenitud del amor más puro. Dice el apóstol Juan en su carta: “Si alguno ama al mundo, no está en el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero-, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones” (1 Jn. 2: 16, 17). Mis queridos lectores, si entendiéramos esto no viviríamos en ese constante estado de remordimientos, de dolor interno cuando llegan los espacios emocionales de vacios tortuosos y luchas internas que muchas veces nos llevan a la depresión y a la vida de inconformidad. No lo olvidemos, lo que parece importante no necesariamente lo es, lo que parece sublime, maravilloso, puede ser un espejismo. Las cosas de Dios son más simples y más profundas.