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Opinión

FUERA DE CÁMARA

“El poder no se entrega”

La frase viene de lejos, probablemente desde los 12 años aquellos en que militares y policías hacían campaña con la pañoleta colorada en la punta del fusil. Después fueron ellos, los guardias, los primeros en cantar el merengue San Antonio cuando Guzmán llegó al poder. Nadie como Balaguer sufrió los desengaños de la política porque la experimentó en los extremos: del poder al exilio y del exilio al poder; de la presidencia omnímoda pasó más de una vez a la oposición solitaria y huérfana… Y viceversa. En esos tiempos los balagueristas decían que en política sólo hay dos cosas en las que no se puede creer: “lealtad de guardias y amor de cueros”. Para algunos presidentes, más que “una sombra que pasa” el poder ha resultado una pesadilla eterna. Salvador Jorge Blanco, por ejemplo, pasó de la Presidencia a la cárcel en 1986. Unos pocos años antes, ese mismo poder llevó a su predecesor a la tumba. Acosado por el espectro de la persecución política, Guzmán se dio un tiro en la cabeza, en el mismo despacho presidencial. Sólo la posibilidad de volver libra a los ex presidentes de la soledad. Los que se van para siempre, regularmente mueren solos. Por eso Balaguer nunca cerró tal posibilidad, ni siquiera a los 96 años. Ese fenómeno, que persigue a todos los ex presidentes, lo describió magistralmente en 1984 el fallecido escritor y académico mexicano Luis Spota en la novela “El primer Día”. El miedo de irse… Es una constante histórica: los presidentes no suelen irse mansamente del poder. En los tiempos de Concho Primo había que echarlos a la mala, a veces a tiros, y salían de la casa de gobierno “con los pies pa’lante y con un flú de madera”. En estos países de democracia tan frágil, los jefes de Estado se las ingenian para quedarse… Desde los del “nuevo socialismo” hasta los de la “vieja derecha”. Ahí están los casos de Chávez, Ortega, Correa, Santos, Uribe, Leonel… ¿Y Danilo? Por eso pueden contarse y tal vez ni siquiera lleguen a veinte los ex presidentes latinoamericanos. Y en nuestro caso sólo hay dos, y hasta hace poco sólo uno: el inefable… Porque la experiencia les enseña que al irse pagan un alto precio por sus años de gloria. Probablemente el peor de ellos no sea simplemente la soledad del poder como plantea Spota… Debe ser la ingratitud huma-na. Es lo que explica que los políticos inteligentes no tienen amigos en sus inventarios… Tienen colaboradores y aliados circunstanciales que dejan de serlo cuando cesan los intereses comunes. Balaguer, Hipólito, Leonel Lo peor le pasó a Balaguer cuando salió en 1978. Su vicepresidente Goico Morales declaró que había ido al Vaticano “a lavarse la conciencia y las manos por la sangre y el oro corruptor balaguerista”. No fue la primera vez… En 1962 recibió todo tipo de ultraje de “amigos, condiscípulos y colegas”; en 1978 fue peor: le dijeron de todo, y en el 96 hasta lo citaron en la Justicia. A Leonel lo ultrajaron en el 2000 cuando salió mansamente, intentaron trancarlo y le cayeron a bombazos frente a la Procuraduría… Y el año pasado la gleba insurrecta también lo acosó. A Hipólito lo salvó de la cárcel el propio Leonel cuando intervino frente al ministerio público por acusaciones de corrupción que nunca se aclararon. Ha sido, en consecuencia, una constante la persecución de los presidentes que se van… ¡… Por eso todos intentan quedarse!

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