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Opinión

“Un homenaje a la vida”

Manuel Morales LamaSanto Domingo

Con el propósito de promover valores que puedan contribuir a la efectiva convivencia armoniosa entre las personas, el autor se permite tratar un tema un tanto distante del contenido de los trabajos de su autoría que periódicamente se publican en este diario, haciendo provecho de ese modo, de motivaciones relacionadas con las significativas conmemoraciones que tienen lugar en este período del año. En esa dirección, se debe iniciar recordando lo edificante que resulta ser, el pleno conocimiento de determinados valores y su consecuente aplicación y guía como soporte vertebral de una auténtica y fructífera existencia. Más allá del dominio de las formalidades, existen principios fundamentales para la convivencia armoniosa entre las personas, de cuya aplicación depende lo que suele definirse como la calidad humana y profesional. Actualmente vivimos en un mundo que se torna cada vez más “deshumanizado”, tal como lo demuestra el hecho de que los valores inmateriales (o espirituales) tienden a ir perdiendo su importancia, mientras la sociedad está orientada básicamente hacia el éxito y la riqueza más que a la verdadera búsqueda de la felicidad. En tal contexto puede considerarse que “estar en paz consigo mismo”, lo cual requiere profundas reflexiones y meditaciones y llegar a conocer y aceptar de la manera más amplia y profunda, lo que en realidad somos y lo que pretendemos lograr en el transcurso de nuestras vidas, no es sólo una acertada fórmula que contribuye a poder alcanzar la felicidad, es también un principio esencial para obtener la convivencia armoniosa entre los seres humanos, ya que las personas que disfrutan de paz interior son más propensas a reconocer y respetar la dignidad de sus semejantes, así como a poner en práctica la comprensión y tolerancia, igualmente, a respetar el derecho ajeno y a reconocer, como debe ser, los méritos generados por el esfuerzo, talento y capacidad de los demás. En cambio, la intolerancia, la discriminación y los prejuicios, así como la soberbia y prepotencia, están destinados a crear hostilidades y suele atribuirse tal proceder a personas que manejan inadecuadamente sus conflictos internos. Si valoráramos en su real magnitud el mandato divino que ordena “amar al prójimo como a sí mismo”, es muy posible que nos diéramos cuenta de que en este principio está la solución a muchas relaciones interpersonales hostiles y la clave para el desarrollo de relaciones humanas civilizadas y armoniosas. Con el propósito de aportar nuevos elementos al tema, convendría referirse a que en diversos escenarios suele utilizarse con cierta frecuencia, y a veces con demasiada ligereza, frases como: “estar (o saber comportarse) a la altura de las circunstancias” sin que necesariamente haya una conducta consonante con las exigencias de virtudes éticas o morales que pudieran ser consideradas como ejemplares, o bien calificar ciertos comportamientos de elegantes sin contarse con los requeridos fundamentos. Apropiadamente el comportamiento elegante se refiere a una forma de ser y actuar, que es la emanación de una auténtica superación personal. Es decir, que la elegancia en el comportamiento no radica primordialmente en las formas, sino en que éstas son más bien expresiones de una virtud interior que las vitaliza y les da sentido. Se ha frivolizado en exceso el concepto de elegancia, olvidando tal vez que ésta, sostiene M. Martí García, “consiste en saber elegir (lo mejor)”. El origen del término elegancia nos remite al vocablo latino “eligere” (elegir). Para que la elección sea acertada se requiere, previamente, la confluencia de diversos criterios, que incluye los de carácter estético por parte de la inteligencia. Evidentemente, la figura clásica del “nuevo rico” es un exponente claro de que los criterios de selección no se improvisan. Como sucede con otras cualidades inherentes a la calidad humana, el comportamiento elegante no puede ser discriminatorio o circunstancial, sino una constante que caracteriza, en todo momento y circunstancia, a quienes lo asumen. Necesariamente, hay que partir desde la estructura más íntima y profunda de la personalidad para encontrar el origen y la causa de determinadas formas de ser y actuar de las personas. Se puede culminar, siguiendo en cierto modo en el especial espíritu de esta época, con dos entrañables versos de la canción de Violeta Parra, titulada “Gracias a la vida”, que hace algunos años logró una efectiva difusión en el particular estilo y voz de Mercedes Sosa, y que dice: “Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado el sonido y el abecedario. Con él, las palabras que pienso y declaro. Madre, amigo, hermano. Y luz alumbrando la ruta del alma de lo que estoy amando./Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la risa y me ha dado el llanto. Así yo distingo dicha de quebranto. Los dos materiales que forman mi canto”. El autor es Premio Nacional de Didáctica y embajador de carrera.

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