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Primer mundo y tercer mundo

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Ricardo Pérez Fernández@Ricardoperezfde

Las exequias fúnebres celebradas esta semana en honor a la memoria del gigante Nelson Mandela, sirvieron no sólo para justipreciar la dimensión del fenecido expresidente y símbolo de la lucha anti-Apartheid, sino también para resaltar diferencias, que aunque a prima facie luzcan triviales, en el fondo, no lo son. Contemplativos, asistimos virtualmente a uno de los funerales más grandiosos y ceremoniosos de todos los tiempos, al que se dieron cita cerca de un centenar de jefes de Estado y de gobierno, al igual que decenas de pasados mandatarios y celebridades de todos los ámbitos. No obstante a tratarse de un funeral, el vasto y amplio público que lo presenciaría, convertían al mismo en un singular escenario para avanzar agendas políticas. ¿Por qué, entonces, no aprovechó Obama un escenario de extensión planetaria para colocar a la defensiva a un partido republicano dado a la tarea de boicotear su presidencia, recordando al mundo que el último presidente republicano en los tiempos del Apartheid, Ronald Reagan, vetó un proyecto de ley de una Cámara de Representantes mayoritariamente demócrata para imponer sanciones económicas al régimen racista de Sudáfrica? ¿Por qué también, no aprovechar y distanciar a los republicanos del ejemplo de Mandela y de su legado de paz y conciliación, al presentarlos como halcones guerreristas, siempre prestos a iniciar conflictos armados? Pero no solo Obama pudo haber aprovechado el escenario con estos fines. David Cameron, primer ministro de Reino Unido, por igual, pudo haber tomado el podio y sacar ventajas a tan extraordinario plató, escarmentado a Tony Blair por renegar de las enseñanzas de Mandela, y de paso, echar un balde de agua fría al partido laborista ante los ojos del mundo. Pero lo mismo el presidente de Francia Francois Hollande, quien pudo haber solicitado la palabra para destacar las cualidades personales de Mandela, su desapego al poder y a lo material, introduciendo ahí alguna temática anticorrupción para abochornar al expresidente Sarkozy. Sin embargo, nada de esto sucedió. Por el contrario, vimos como arribaron a bordo del avión presidencial estadounidense, el presidente Obama y la primera dama; el expresidentes Bush y la exprimera dama Laura Bush; y la exprimera dama, excanciller y posible próxima candidata presidencial por el partido demócrata Hillary Clinton. Allá se unieron a los expresidentes Bill Clinton y Jimmy Carter, quienes llegaron por separado, pero que luego se les vio junto a los otros departiendo fraternalmente, en un gesto altamente simbólico, y muy probablemente, nada espontáneo o fortuito. Lo mismo con los tres exprimeros ministros de Reino Unido y el jefe de la oposición, Ed Miliband, a quienes también se les vio conversando amenamente con el actual primer ministro. En el caso de los franceses, aunque no arribaron juntos y eso fuera inicialmente tema de controversia, luego se les vio en asientos contiguos, conversando, incluso, entre sonrisas y gestos amistosos. Lo descrito anteriormente, aunque parezca algo trivial o baladí, no lo es. Estos países, los más aventajados, los decisores, los que timonean este buque global en el que vivimos, les envuelve una mística que conjuga lo identitario con lo estratégico, y conscientes del poder de las imágenes, sus principales delegatarios siempre proyectan unidad, solemnidad, y respeto mutuo. En otras palabras, entienden que existen dos códigos distintos que reglamentan el comportamiento político; uno endógeno, interno, donde prácticamente todo se vale en el objetivo de la consecución del poder; y otro exógeno, de cara al exterior, donde todos entienden que representan algo que trasciende sus ambiciones y rebatiñas interpersonales: El País. Mientras en el primer mundo observamos eso, aquí vemos lo opuesto. A raíz de la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional, vemos como el expresidente Mejía y su facción del PRD, condenan la sentencia y lo asumen como tema de oposición, local e internacionalmente, en una clara muestra de incomprensión de la necesaria diferenciación entre lo político-partidista y lo nacional-estatal. No olvidemos que el expresidente, estando en Estados Unidos, condenó la sentencia al mismo tono que la ofensiva haitiana en contra de la República Dominicana. Y más recientemente, vemos como la misma facción anuncia, pomposos y jubilosos, una retahíla de denuncias que llevarán ante oenegés y organismos internacionales, para presentar un relato de la República Dominicana acomodaticio de una inmadurez e infantilismo político que los ha colocado muy lejos del sentir del pueblo, y más lejos aún de una oposición racional, constructiva o trascendente. Que lamentable afirmar que, efectivamente, somos del tercer mundo. Y es que al final, el subdesarrollo, tal como lo sugiere Lawrence Harrison, no es sólo un estadio material que a todos nos aqueja de una forma u otra, sino que el mismo, esencialmente, es un estadio mental.

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