IDEANDO
Nostalgias
Sus nombres se quedaron rotulados en la municipalidad de mi alma y han dejado una huella de cariño en cada esquina de mi nostalgia. Hablo de los amigos de infancia. De los que gratifican nuestra memoria con sus ráfagas de recuerdos. Los nombres son diversos, pero todos nos llevan a la misma escuela, a los mismos patios, a los mismos ríos, a los mismas esquinas, al mismo gentilicio de cariño que bautiza nuestro origen. A pesar de no vernos con frecuencia. A pesar de la distancia y los mares que separan nuestras vidas, los llevamos tatuados en el corazón, porque esa amistad es insustituíble y eterna. Pasan los años, cambian los lugares, desaparecen los nombres, pero en el “pueblito querido” siguen intactas las imágenes de esos amigos que acompañaron nuestro crecimiento y nuestras más sanas e intrépidas vivencias. Somos rehenes de su cariño, del recuerdo de sus rostros, de esas vivencias bucólicas entre cacaotales y guayabales, en fin, de esas rutinas nocturnas de parques y serenatas. Aunque muchas cosas han cambiado allí, sus nombres están escritos en el ADN de nuestros sentimientos. Es una generación de afectos que no regresa. Es una cantera de epopeyas que no se van. Es una mina de vivencias que no se borran. Es un coro de voces que no se olvidan. Son esas ternuras lejanas que se llevan por siempre en el alma.