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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El asunto de las indulgencias

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Manuel P. Maza Miquel S.J.Santo Domingo

Imbuidos del espíritu renacentista, desde los tiempos de Nicolás V (1447ñ1455) los papas querían construir una basílica cuya majestuosidad correspondiera a su ministerio. En 1505 Julio II (1503ñ1513), confió a Donato D’Angelo Bramante el primer proyecto de la nueva basílica. Buscando recursos, Julio II decretó una indulgencia plenaria para toda la cristiandad en 1507. La indulgencia pretende liberar al pecador del daño causado por su pecado. Cuando se perdona el pecado, el pecador debe de reparar ese daño mediante las obras de misericordia, la oración, la penitencia y la limosna. La Iglesia ora por todos, y especialmente por los que piden su oración para que el daño causado sea reparado y la pena merecida, abolida. En manos de personas inescrupulosas, estas limosnas y oraciones fácilmente se convertirían en un abusivo comercio. En 1514, León X también proclamaría una indulgencia plenaria continuar la Basílica de San Pedro, pero en un marco diferente. En efecto, en 1513 Alberto de Brandeburgo, joven de 23 años, hermano del Príncipe Elector, fue elegido arzobispo de Magdeburgo, administrador apostólico de Halberstads, y arzobispo de Maguncia (elegido en 1514). Alberto pagó la dispensa para poder desempeñar varios cargos eclesiásticos al mismo tiempo. Al convertirse en Obispo de Maguncia también él sería uno de los electores del futuro emperador alemán. Con la bula del Concilio Lateranense (1512ñ1517), interesado en acabar con este tipo de abuso, ¡Alberto recibió la dispensa para conservar los 3 obispados! Alberto de Brandeburgo logró pagar a la Cámara Apostólica del Papa la dispensa de esta manera: “La familia Fugger, reconocidos banqueros, anticipó al joven y mundano prelado los 29,000 ducados que tenía que pagar en Roma. Hoy en día, un ducado serían unos 110 dólares. Para recuperar esta suma, Alberto logró la facultad de predicar en su diócesis la indulgencia. Las limosnas recogidas serían destinadas, una mitad para enjugar la deuda contraída con la banca Fugger, y la otra, para la obra de construcción de la basílica de San Pedro en Roma”. Alberto de Bandeburgo necesitaba, por una parte, 14,000 ducados para ser confirmado y recibir el palio, signo de su dignidad arzobispal, y otros 10,000 por la dispensa de desempeñarse simultáneamente como obispo de tres diócesis, caso insólito en la historia alemana. “La predicación de la indulgencia se convirtió en un gran negocio, en el que estaban implicadas bastantes personas: Alberto de Brandeburgo, que podía retener aproximadamente la mitad de las ganancias, los Függer, que tenían que recuperar su préstamo con los intereses, el Papa, que buscaba recursos para la basílica de San Pedro, y el mismo Emperador, que se había reservado 2,143 florines para sus arcas”. Un florín equivaldría a unos 200 dólares de nuestra época. Para 1517, Juan Tetzel, O.P., predicaba la indulgencia en la diócesis de Magdeburgo. Los representantes de los banqueros Függer acompañaban a los predicadores de la indulgencia para embolsarse allí mismo su parte. Como la campaña no iba bien, Alberto publicó una instrucción para los predicadores, sustancialmente correcta, pero “por medio de fórmulas piadosas y superlativos, fomentaba una valoración exagerada de las mismas [indulgencias]”. No se les pedía dinero a los pobres, solo oración y ayuno. En abril de 1517, Tetzel predicaba la indulgencia en Brandeburgo, cerca de Wittenberg donde Lutero enfrentaba sus angustias respecto de su propia salvación. Su justa indignación se desbordaría. El autor es ProfesorAsociado de la PUCMM

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