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Opinión

ORLANDO DICE

El informe de la CIDH y el espectáculo que se montó

UNO.- No quedó claro si la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fue invitada oficialmente por el gobierno dominicano, o si éste se vio obligado por las circunstancias a aceptar que viniera a ver ñin situñ una situación que, más que comprobar, quería denunciar. El coro del gobierno desde un principio lució desafinado, y una voz daba entender que sí y otra que no. Cuando los funcionarios deban recapitular en público fuera bueno que aclararan el punto, pues se hace cuesta arriba que costearan una fiesta en la que no bailaron ni una sola pieza. Los comisionados querían visitar el país, de eso no hay dudas, pero no era porque quisieran hablar con las autoridades de nuevo, sino con la claque que le tenía montado un espectáculo insuperable en tarima. Incluso, los anfitriones de oficio perdieron tanto la compostura, que los huéspedes, en su único gesto de pudor, acallaron los aplausos con que se premiaba su informe favorable. Fue tanta la emoción al ver la República humillada que no se pudieron contener. ¡Salve Guacanagarix, la Patria que va a morir te saluda!... DOS.- Los hechos en sí, o su concatenación, no dejan dudas de que los comisionados de la CIDH vinieron a rendir pleitesía al sector parricida. El primer intercambio no fue con el presidente Danilo Medina, a quien bien pudieron visitar en el Palacio Nacional, de entrada, incluso a manera de cortesía. Decirle que estaban aquí y cuál era el propósito de dicha presencia en territorio nacional. O con los responsables de diseñar y aplicar las políticas públicas que se derivaran de la sentencia del Tribunal Constitucional. No. Su encuentro debut fue con los personeros que reclamaron su presencia, aun cuando no podían invitarlos de manera directa, y que confiaban que su reporte sería favorable a los haitianos que presumen de dominicanos. Ni La Pequeña Lulú usó falda tan corta ni fue tan impúdica dejándose ver en paños menores. Hubo quienes se quejaron, ya no solo de esa parcialidad tan burda, sino de la discriminación. No se puede acusar a otro de lo que uno mismo adolece. La discriminación no se cura con más discriminación... TRES.- No hay que ser más papita que el Papa para advertir el montaje a que se prestaron los comisionados. La verdad que no hicieron el trabajo, como era propio que hicieran, sino que acopiaron el esfuerzo de los interesados, que no eran los haitianos que presumen de dominicanos, sino los grupos organizados que conspiran contra la República y quieren verla en el penoso papel de Inri internacional. Nadie sabe de dónde salieron tantas guaguas ni tantos perjudicados por una sentencia cuyos efectos no son pasibles de condena. Todo se haya en gestación, y solo con el parto se sabrá si el muchacho es bonito o feo, y con la inscripción si es hijo natural o legítimo. El dominicano puede ser torpe, pero no tanto como para no darse cuenta de que los comisionados no eran ciegos, aunque aparentaran dormir, ni cojos a pesar que siempre estuvieron sentados. ¿De dónde pudieron salir tantos recursos para que gente mordida por la pobreza pudieron exponer su condición apátrida? Sin dudas: una respuesta pendiente... CUATRO.- La situación es interesante, pues todavía no se seca la tinta con que los comisionados redactaron el informe, cuando se conocen respuestas a preguntas que, hasta ahora, nadie había hecho. El ex embajador haitiano en el país, Guy Alexander, quien hasta ahora se movía en la espesura y no daba la cara, habló, y lo hizo desde Haití. Dijo que la oligarquía dominicana, que es dueña de medios de comunicación, temía que un descendiente de haitiano lograra poder político, y puso de ejemplo a José Francisco Peña Gómez. De manera que si ya eran muchos, ahora parió la abuela. Alexander es sociólogo, y conoce las categorías sociales, y como estuvo oficialmente acreditado en dos ocasiones ante el gobierno dominicano, y cruza continuamente a este lado de la isla, no habla por boca de ganso. Sabe lo que dice, pues sus amigos dominicanos no son diplomáticos, y de serlos, están en receso. Ahora, sí son comunicadores, y empleados de los medios que dice pertenecen a la oligarquía. ¿Puede la oligarquía dueña de esos medios aceptar esa culpa?...

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