EL CORRER DE LOS DÍAS
Dimas o el discípulo post mortem
Sin lugar a dudas, en las visiones apócrifas y en las más ricas tradiciones del cristianismo anterior a los evangelios canónicos, se recogen textos llenos de imaginación que intentan ser explicativos de la vida de Cristo y de sus relaciones con el mundo luego de su resurrección. Los que conocen la leyenda de los dos ladrones crucificados junto a Jesús de los cuales poco se dice en los canónicos, quizás no saben que sobre los mismos se había creado ya, hacia el siglo XII o antes, una rica invención como la que se encuentra en el texto que se titulada Declaración de José de Arimatea, donde se explica el destino y la biografía de Gestas y Dimas, nombre que el pueblo dio a los dos delincuentes crucificados junto a Jesús. La Declaración de José de Arimatea, quien reclamara, según la tradición, el cuerpo de Cristo para darle sepultura, señala, en bien y mal de los dos ajusticiados, puntos claves para justificar la salvación del segundo y la condena del primero: “El primero, llamado Gestas, solía dar muerte de espada a algunos viandantes, mientras que a otros los dejaba desnudos y colgaba a las mujeres de los tobillos cabeza abajo para cortarles después los pechos; tenía predilección por beber la sangre de miembros infantiles; nunca conoció a Dios; no obedecía a las leyes y venía ejecutando tales acciones, violento como era, desde el principio de su vida”. Según el texto apócrifo de José de Arimatea, estábamos bajo la presencia de un monstruo humano capaz de todo, y por lo tanto no era digno del perdón. Sin dudas la información apócrifa legitima la maldad de Gestas y la bondad del Dimas, cuando apunta que “El segundo, por su parte, estaba encartado de la siguiente forma:. Se llamaba Dimas; era de origen galileo y poseía una posada. Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se parecía a Tobit (Tobías), pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la turba de los judíos: robó los libros de la ley de Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la sazón sacerdotisa del santuario, y sustrajo incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías”. Se supone entonces que era una especie de aventurero ideológico, puesto que sus robos iban contra el poder judío de la época. Como para que el lector de su “Declaración” hiciera comparación de la calidad de los dos ladrones, el apócrifo José de Arimatea, señala la diferencia del tipo de acción, en la que Dimas aparece, no muy libre de pecados, pero sí superior en acciones positivas a Gestas, lo que vendría, sin dudas, a mostrarse cuando en la cruz Jesús percibe sus bondades diciéndole la frase “de cierto os digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”, en el momento en que defiende como a un inocente al crucificado Jesús. José de Arimatea entra en un aspecto casi novelesco de su relato en este texto sin dudas producto de la tradición, cuando señala algunas de las acciones de este Dimas como la de la ofensa del santuario, cuando la hija de Nicodemo acusa a Jesús de haber dicho que destruiría el santuario. Lo cierto es que la “Declaración” es de una riqueza imaginativa sin muchos precedentes en los demás evangelios apócrifos. Dimas fue crucificado a la derecha, y gritaba en su cruz que conocía a Jesucristo, “y sé que eres Dios”, mientras que a su izquierda Gestas lanzaba improperios contra Jesús, llamándole “bestia salvaje”. Según el apócrifo el Diablo había tomado posesión de este hombre. ¿Buscaba acaso que le perdonasen por atacar a aquel que se proclamaba Rey de los judíos? ¿Había visto con esperanza para él la liberación de un ladrón casi de su misma calaña de Gestas, como lo fuera Barrabás? La contradicción ayuda a lo que luego habrá de suceder. El hecho de que José de Arimatea pidiera sepultar en su nicho particular a Jesús, hizo que los judíos lo apresaran, y fue estando aprehendido cuando se le apareció Jesús acompañado de Dimas, quien, como hemos comprobado ya había sido enviado por Cristo “hacia el paraíso”. No sabemos, por qué no lo dice el apócrifo, si Dimas había resucitado o si su viaje hacia el paraíso había sido en forma de espíritu. “Y había una gran luz en el recinto. De pronto la casa quedó suspensa de sus cuatro ángulos, el espacio interior quedó libre y yo pude salir. Entonces reconocí a Jesús en primer lugar y luego al ladrón que traía una carta de Jesús. Y mientras íbamos por el camino de Galilea, brilló una luz tal, que no podía soportarla la creación; el ladrón, a su vez, exhalaba un gran perfume procedente el paraíso”. José de Arimatea se adelanta a lo que pasaría después de la muerte de Jesús. Las palabras del Mesías se habían cumplido en plena crucifixión, y por eso retornaba a la casa del cronista ya siendo un habitante del Paraíso. En este relato Adán estuvo presente pienso que como testigo, el primero de los creados, según el apócrifo, presenciaba el hecho. Entonces el ladrón se transfiguró “y no era lo mismo que al principio, antes de ser crucificado, sino que era luz por completo. Y los ángeles le servían continuamente y Jesús matenÏa conversación con ellos. Y pasé tres días a su lado, sin que ninguno de sus Discípulos le acompañara, sino sólo el ladrón”. El ladrón anduvo con Cristo resucitado incluso en sus encuentros con los discípulos, los que preguntaron por su procedencia, porque antes Juan le pidió a Jesús que le hiciera digno de “verle”. Cuando apareció el ladrón “Juan, atónito cayó al suelo”, y era el ladrón ahora, como la figura de un rey “majestuoso en extremo, engalanado como estaba con la cruz. De momento José de Arimatea y el ladrón quedaron invisibles. “Y entonces me encontré en mi propia casa, y ya no vi... a Jesús”. En este apócrifo la culminación de la gloria fue considerada divina; hizo justicia, y al ser crucificado, le proporcionaría a Dimas, quizás ser discípulo de Cristo aún después de superar la muerte.