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VIVENCIAS

Misterio inaudito o milagro de Adviento

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

En el Tiempo de Adviento, la liturgia nos repite con frecuencia y nos asegura, como queriendo derrotar nuestra desconfianza, que “Dios viene para estar con nosotros, en cada una de nuestras situaciones, para vivir entre nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros, a llenar las distancias que nos dividen y separan, a reconciliarnos con Él y entre nosotros”. Es un de Tiempo de Esperanza, lo que ha de venir, porque la esperanza como virtud no es un adorno, Esperanza que apunta al retorno definitivo de Jesús como el Señor de todo lo creado. Pero también, es un Tiempo de Sentir a Dios como Señor absoluto y para vivir la fe. Todo esto lo sentí, cuando un amigo muy querido, Eladio Marte, sacerdote por la gracia de Dios, me llamó para que le llevara la comunión a una hermana y cooperadora de su comunidad que se encontraba convaleciente en un hospital. Al recibir esta llamada dejé todo lo que estaba haciendo y acudí a ese llamado, no obstante encontrar múltiples obstáculos en el camino. Al llegar a la habitación, María Moní, cristiana de fe y compromiso, se encontraba postrada soportando estoicamente unos fuertes dolores, que se convirtieron en gozo al recibir el Cuerpo de Nuestro Señor. Para María, en ese momento se inició el Adviento, la presencia comenzada de Dios mismo, que recuerda que su presencia en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta en cada uno de nosotros. El Tiempo fuerte de Adviento, de penitencia gozosa, es una llamada a la seriedad, a que hagamos un alto en la vida, obedeciendo a los dictados de la conciencia, para que los sentimientos del alma durante éste sean de agradecimiento y conocer mejor Jesús. Que con este proceder recojamos los frutos que espera Dios de nosotros, que es de creer en Jesús, imitarle y seguirle. Al finalizar el Adviento, viene la gran fiesta de la Navidad, que celebramos no como un aniversario histórico, sino como la presencia viva del misterio de ese nacimiento: el Enmanuel.

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