La formación de docentes
Hace unos días el país conoció la muy agradable noticia de que en la Consulta para el Pacto Educativo había resultado una prioridad reconocida la importante cuestión de la formación de los maestros y maestras. La sabiduría colectiva parece ser consciente de que un maestro/a desactualizado/a, desinformado/a y desmotivado/a es un obstáculo insalvable para el éxito del esfuerzo educativo. De un tiempo a esta parte, las diversas autoridades educativas del país, han sido también conscientes de esta realidad y han desarrollado, por años, procesos orientados a la formación del magisterio nacional. Los esfuerzos de titulación se inscriben en esta dirección. A pesar de ello, los niveles de desempeño del sistema educativo continúan siendo precarios y el bajo nivel de formación del profesorado es siempre indicado como una de sus causas más importante. Así las cosas, me atrevo a invitar a reflexionar en la dirección de que quizás los procesos de capacitación magisterial deban tomar seriamente en cuenta la conocida condición sociocultural de los docentes para realizar un diseño y desarrollo de los programas de capacitación que responda a dicha condición en la perspectiva de la transformación cultural y no sólo de la información académica. Es un hecho establecido que la mayoría de nuestros docentes, igual que los estudiantes del subsistema público y sus familias, vienen del mundo de la pobreza, de la exclusión social y, en general, permanecen en el mismo. De esta manera, el proceso educativo que acontece en nuestras escuelas ocurre como “diálogo entre actores socialmente excluidos”. Sujetos que pertenecen a un mismo universo cultural: el de la exclusión social. Por exclusión social entendemos con M. Castells : “... El proceso por el cual a ciertos individuos y grupos se les impide sistemáticamente el acceso a posiciones que les permitirían una subsistencia autónoma dentro de los niveles sociales determinados por las instituciones y valores en un contexto dado”. Normalmente, “... tal posición suele asociarse con la posibilidad de acceder a un trabajo remunerado relativamente regular al menos para un miembro de una unidad familiar estable. De hecho, la exclusión social es el proceso que descalifica a una persona como trabajador en el contexto del capitalismo”. En el mundo cultural de la exclusión, y en función de sus propias características, se producen valores y actitudes positivas, tal como nos recuerda el impactante pasaje evangélico de la viuda pobre que entrega no lo que le sobra, sino “lo que tenía para vivir”, (cfr. Mc. 12, 41- 44); pero, a su vez, se experimentan y desarrollan grandes limitaciones y carencias. Quien haya nacido y crecido en ese mundo, como es el caso de buena parte de nuestros profesores, será, en mayor o menor medida, portador de esos valores, pero también de esas carencias. Tanto los valores y actitudes como las carencias actúan como condicionantes en el proceso de construcción, en docentes y alumnos, de las actitudes, destrezas y conocimientos necesarios para garantizar la eficacia del proceso educativo. Es decir, para permitir o no el manejo de los códigos propios del mundo social dominante (la ciencia y la tecnología, la ciudadanía, la ética y el humanismo, entre otros) para el cual se espera que maestros y maestras preparen a los niños y niñas de tal forma que se propicie su inclusión social crítico-transformadora. Para esto se precisa de procesos de formación y capacitación orientados hacia la transformación cultural de los y las docentes, que conserven las actitudes y valores positivos y suplan las limitaciones y carencias. Es obvio que esto no puede ocurrir a través de una acción educativa marginal de algunas horas, dos días por semana, ni limitada a la información académica. Continuaremos.