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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Lutero, líder clave de la Reforma Protestante

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Manuel P. Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Había nacido en Eisleben, en la actual Alemania, el 10 de noviembre, 1483 y murió en Sajonia el 18 de Febrero de 1546. Como dato curioso, recordemos que Erasmo de Rotterdam moriría en 1536 e Ignacio de Loyola en 1556. El joven Lutero probablemente creció bajo una educación severa que soportó bien como millones de sus contemporáneos. Como adulto joven, estuvo lleno de escrúpulos. Lutero siempre fue un hombre profundamente religioso, como lo reconociera la declaración “Martín Lutero, Testigo de Jesucristo” del 6 de mayo de 1983 escrita por una comisión mixta de católicos y luteranos. La declaración le reconoce como un “testigo del Evangelio, como un maestro en la fe, como un heraldo de renovación espiritual”. Desde su juventud, Lutero aspiraba a estar convencido por experiencia propia que se hallaba en estado de gracia. En 1501 encontramos a Lutero realizando estudios en la Universidad de Erfurt. Él mismo nos cuenta: “La universidad de Erfurt se había convertido en un prostíbulo y en una cervecería” y éstas eran las lecciones que mejor aprendían los estudiantes”, así se expresó Lutero en 1530. Para el año 1505 ya es Doctor en filosofía. En 1506 realiza su profesión religiosa delante del prior de Erfurt. ¿Qué había pasado? Había vivido una experiencia de terror. En medio de un temporal, cayó un rayo muy cerca de donde estaba, y exclamó: “Sálvame, santa Ana y me haré monje”. Lutero pertenecía a la rama de los agustinos eremitas de la congregación de la observancia. Era una orden muy estricta. El convento de Erfurt tenía fama de ser una comunidad estudiosa. Lutero estudió filosofía entre profesores nominalistas. Para el nominalismo, nuestra razón no nos sirve para nada a la hora de acercarnos a Dios. Solo una fe llena de confianza y vacía de reflexión. Para garantizar el respeto a la dignidad de Dios, Guillermo de Ockham, OFM., (1295 -1350) había acentuado la soberanía absoluta de la voluntad de Dios. De tal manera, que esta voluntad podía ser arbitraria. Según Ockham, algo es bueno, no porque sea bueno en sí mismo, sino porque Dios lo declara bueno. Dios pudiera declarar bueno el maldecirle. Así Ockham garantizaba la soberanía de Dios, pero según esa doctrina, nadie estaba seguro de agradar a Dios. Lutero adoptó esta enseñanza y pensó que era la doctrina oficial de la Iglesia Católica. En realidad, esta posición era contraria a la gran tradición de la Iglesia Católica (Santo Tomás de Aquino, O.P., San Buenaventura, OFM). Lutero vivía angustiado con esas preguntas: ¿cómo puede el pecador ser justificado ante Dios? Y ¿cómo puede tener certeza psicológica de que ha sido justificado? Para complicar más las cosas, la particular psicología de M. Lutero le hacía difícil distinguir entre la concupiscencia y el consentimiento al pecado. Leyendo al místico Juan Taulero (1300ñ1361), Lutero se confirmó en su propia nulidad ante la inmensa grandeza de Dios que todo lo puede. De ahí pasó al menosprecio de las obras externas y la condena del fariseísmo relacionado con ellas. Fue naciendo en Lutero una confianza ilimitada en la misericordia divina y buscó refugio en Cristo frente a la angustia. Leyendo a Taulero se forjó una visión pesimista del ser humano, corrompido categóricamente por el pecado original, tanto en su razón como en su voluntad. Ya para 1514, Lutero estaba dedicado a la difusión de sus ideas. La gota de agua que rebosaría el vaso de Lutero sería la cuestión de la Indulgencias. El autor es profesor asociado de la PUCMM

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