Opinión

La cultura en la reorganización social

El valor de Terry Eagleton (Salford, Inglaterra, 1943-) en la construcción del concepto cultura ha sido poco valorado, al menos en América Latina. Marxista inglés, consideraba que la cultura existía en los múltiples espacios y praxis de las sociedades. Vale decir que si las sociedades eran divididas en clases, pues existía cultura de clases; si se la pensaba como conglomerado de élites y masas, había cultura y sub cultura. En su sentido antropológico, afirma que el término puede abarcarlo todo; “desde los estilos de peinado y los hábitos de bebida hasta cómo comportarte con el primo segundo de tu marido, mientras que en su sentido estético incluye a Igor Stravinsky, pero no a la ciencia-ficción. La ciencia-ficción pertenece a la cultura popular o de «masas», una categoría que flota ambiguamente entre lo antropológico y lo estético. Advierte, sin embargo, que “si la cultura significa una forma de vida, pongamos, la forma de vida de los fisioterapeutas turcos, entonces resulta fastidiosamente específica” (p. 55). Vale referir en la cultura una cierta universalidad no verificable en los niveles de la absoluta singularidad. Lo importante en Eagleton es que, en su sistema cateogrial, valida las sub culturas, un tema apasionante y poco estudiado. Estas, como sabemos, motorizan el desarrollo cultural-industrial al ser, ante todo, cultura y técnica aplicadas, instrumental del desarrollo. En su concepto regio, la cultura se puede entender, “aproximadamente, como el conjunto de valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la forma de vida de un grupo especifico. Ese «todo complejo», según la conocida afirmación del antropólogo E. B. Tylor en su Primitive Culture, «abarca el conocimiento, las creencias, el arte, la moralidad, las leyes, las costumbres, y cualesquiera otras capacidades y hábitos que el hombre haya adquirido como miembro de la sociedad» (…)”. Aparte de constatar el aporte de los ingleses a la disciplina, verificamos aportaciones específicas a su concepto. Por ejemplo, el de John Frow, quien la afirma, según Eagleton, como « serie de prácticas y representaciones a través de las cuales se construye y se sostiene la realidad (o las realidades) de un grupo social” (p. 58 y 59). Esta afirmación no puede validar, insiste Eagleton, un concepto laxo de cultura que incluya, por ejemplo, prácticas hiper específicas como “el modo de vida de los fabricantes de cañerías” ingleses. Eso sería etnografía, según Claude Leví-Strauss. Su concepto de cultura no integra, pues, disciplinas excesivamente particulares. Contra las pretensiones laxas advierte: “Si la cultura abarca todo aquello que es de construcción humana y no lo que se da de forma natural entonces sería lógico que incluyera la industria y los medios de comunicación, las formas de hacer patitos de goma y las formas de hacer el amor o de hacer una fiesta” (p. 57). Cosa bien distinta es cómo las tecnologías generan modos de comportamientos, cultura. Es el caso de las llamadas TICs (Técnicas de la información y la cultura). Ellas definen la forma como nos comunicamos hoy, ha alterado el modo de hacer de las sociedades en este campo. Eso es generar praxis culturales, respuestas más o menos diferenciadas y más o menos propias de diferentes grupos humanos ante el entorno u objeto para negociar sus ofertas/adquisición, realizar sus imperativos vitales. También se patentiza en los modos de reaccionar ante los estímulos sociales o naturales y esto la vincula indisolublemente a los saberes porque toda respuesta está nutrida de un denso acopio de conocimientos y experiencias en el manejo de los recursos naturales (tecné) y en la remodelación (volver a modelar) las experiencias vitales bajo la óptica libérrima del imaginario (to takon) y la coerción. He aquí cómo interactúan los recursos prescriptivos del sistema represor (moral y policíaco) y se logran otros planos de consentimientos (libertad y praxis lúdicas, convencionalismo artístico y social) diferenciadas. Afirmar la cultura como conjunto de “prácticas y representaciones a través de las cuales se construye y se sostiene la realidad” motiva a ahondar en el término representaciones, por su riqueza y multiplicidad de manifestaciones prácticas. La riqueza del término toca los modos del saber, según la lógica; incluiría, además, los sueños e imaginarios estéticos. Sabemos que las danzas sociales son representaciones y se sabe también el nivel de profesionalización que han alcanzado, incluso sujetas a las reglas de los lenguajes corporativos. Estos, como toda praxis “posterior”, comparten la dualidad historia/ actualidad de los recursos involucrados, del ámbito en que se aplican porque toda representación es, a la vez, idea y objetualidad; propuesta fáctica e intensión. La objetualidad artística, sabemos, desecha la riqueza sígnica; que es, si se quiere, un factor constitutivo del minimalismo. Contrario a él, el expresionismo la explota y cultiva como atributo esencial, igual que el simbolismo y hasta segmentos del arte abstracto como el suprematismo de Malevicht. Esto nos habla de un denso relativismo cultural. De la fascinante diversidad de posibilidades de lo cultural. Es, como vemos, un tema apasionante. Con aplicaciones prácticas pendientes. Y referidas a lo social, aún repletas de potencialidad.

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