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Un gran maestro

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Carlos Julio FélizSanto Domingo

Mientras participaba en un seminario en la Universidad de Washington, hace alrededor de tres años, una joven mexicana cuyo nombre no puedo recordar (que pena) me preguntó, al presentármele como dominicano si conocía al presidente Leonel Fernández. Le contesté que sí. Me dijo que a qué nivel le conocía. Le respondí que desde hace 25 años (hace ya 28), cuando fue mi profesor de sociología de la comunicación en la universidad estatal. ¡Ah pues sí, lo conoces personalmente!. ñreaccionóñ La inquietud de esta joven ligada al ejercicio de la comunicación estaba orientada a comentarme lo siguiente “no entiendo a los dominicanos”. “Los mexicanos -me dijo- sentimos orgullo de su presidente y nos pelearíamos por tener uno así?. Le dije que ¿cómo sabía ella que los dominicanos no sentíamos orgullo de nuestro mandatario?. Me contestó que cuando leía noticias del país le molestaba tantas críticas negativas. Me comentó que casi todos los días nos lo comíamos (sic), y que descuidábamos el valor transnacional de nuestro Presidente. Le comenté que yo estaba tan claro de la capacidad, la personalidad, la prudencia, la ecuanimidad, su claridad respecto a la libertad, el carisma, sus esfuerzos por una mejor nación, sus relaciones internacionales, sus valores humanos, su visión sobre la política internacional y su liderazgo que veía en nuestro jefe de Estado a un posible secretario general de la Organización de Estados Americanos. Muy emocionada reaccionó: “de la OEA no, de la ONU”. El pasado viernes recordaba esta conversación con la joven azteca. He seguido bien de cerca casi todas las exposiciones del maestro Leonel Fernández, desde sus magistrales cátedras sobre el pensamiento del profesor canadiense Marshall McLuhan (quien acuñó el término aldea global) y el filósofo y periodista italiano Antonio Gramsci (autor del Bloque Histórico), hasta su última comparecencia ante la 66ava Asamblea General de las Naciones Unidas, donde trató el profundo y delicado tema de la especulación financiera en los precios de los alimentos y el petróleo en los mercados internacionales, escenario donde solo habían brillado los grandes del planeta. Por su puesto, dentro de estos el mandatario cubano Fidel Castro, en aquellos años de luchas y debates ideológicos. El pasado viernes, cuando nuestro jefe de estado recibía al presidente palestino Mahmoud Abbas, en la casa de Gobierno, me pregunté qué diría Leonel al tratarse de una región tan diferente a occidente en todos los sentidos. Le confieso que me quedé frisado frente a la pantalla con su exposición sobre historia de Palestina. Y supongo que desde un principio atrapó también a muchísimos televidentes cuando comenzó su discurso con un detalle, que quizá desconocían, como es el que en vez de decir el hijo de Leonel allá se dice el padre de Mazen. Su ponencia en la que trató el origen de Palestina y el Estado de Israel tomó carácter noticioso para los medios internacionales cuando planteó la necesidad de la paz, de estos pueblos milenarios, frente al peligro de que un conflicto en el mundo árabe convulsione todo el planeta. Desde luego a esta magistral forma de exponer que tiene nuestro presidente, hay que sumarle el manejo magistral de estadista, lleno de dignidad y vocación democrática, al tener en cuenta por demás el cuidado diplomático, pues estaba hablando el jefe del Estado dominicano, en el Palacio Nacional. ¡Qué grande es usted Presidente!¡Cuán orgulloso me siento, profesor!

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