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REFLEXIÓN DEL ALMA

El dolor de Quisqueya

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Leonor Porcella De BreaSanto Domingo

La historia de República Dominicana es tierna y bravía, cruel y angustiante. Una pequeña isla prodigiosamente bella, de un verdor de esperanza, de infinita pureza por su gran ingenuidad, conjunto acogedor que transporta al éxtasis. Era el tiempo de la conquista, 1492, cuando la aurora volaba como paloma de luz, se posaba en el centro del cielo y la magia indígena por su amada Quisqueya, la convirtió en el sol eterno para alumbrar nuestra tierra. Descubrirnos ayudó la evolución natural del mundo que aplaudimos, sin embargo, existe una controversia que es una realidad, porque nos significó vida y muerte, engaño y crueldad, sangre y fuego, violaciones y tortura lenta. Los descubridores de Quisqueya llegaron ilusionados hasta el momento crucial que operaron como invasores, semejando guerreros, nunca como amigos, porque venían a explotar una tierra virgen y a cargar sus tesoros. Creyeron descubrir otro mundo, y descubrieron la profunda tristeza indígena. Forzaron nuestros indios a una injusta esclavitud, a través de trabajos inhumanos y una inadecuada alimentación; consecuentemente iban cayendo lentamente como en cacería de aves. El Padre Las Casas, que no era un verdugo, por el contrario se condolía de tanto dolor de la parte esclavizada, por eso consideró importar africanos para aliviar la suerte de los indios; sin embargo, la suerte indígena la decidieron los españoles de la conquista, que borraron de la realidad dominicana la existencia del indio nativo, negándonos al mismo tiempo el derecho a su historia y a su vida. El exterminio de los indios de Quisqueya, fue una barbarie humana, pisotearon nuestras raíces, sometieron nuestra raza primigenia bajo todas las excusas. En el único país donde españoles de la conquista exterminaron una raza entera fue en Quisqueya. Existen pensadores creyentes que esa barbarie fue semejante a la de los alemanes de la Segunda Guerra Mundial con los judíos, pero peor; desde luego que no fue en las muertes numéricamente multimillonarias; sino en el horrible hecho criminal, porque mientras entonces no se exterminó la raza judía, sí ocurrió con la raza india de Quisqueya. Al expresarme históricamente de la España del 1492 no hablo con resentimiento, porque la ambiciosa y despiadada de la conquista pertenece a lejanos pretéritos, no son los laboriosos españoles productivos de estos tiempos, donde la evolución de adelantos y superación han sido sus metas. Los españoles del presente, a través de la oferta y la demanda dominicana han superado sus ofrecimientos en la calidad, para situarse en posición privilegiada en la aceptación ciudadana, con la alegría de su presencia. En la misma tónica me permito felicitar al gran amigo y uno de los principales pioneros del progreso en nuestra nación, por españoles, señor Pepín Corripio, quien sin lugar a dudas ha puesto su corazón en esta tierra. Es importante la fe humana, aquí existen industriales y comerciantes españoles y nacionales, que a pesar de la situación caótica generalizada, continúan invirtiendo en República Dominicana. Es imprescindible que el inversionista no se desencante de nuestra nación. Es cierto que el caos es insoportable; sin lugar a dudas ha cambiado la forma de vida del dominicano, liberado después de la dictadura, luego hemos podido respirar libertad. Hoy la delincuencia lucha contra la estabilidad, pero no podemos ser permisivos, hay que expresar en todas las formas que no triunfarán en esta tierra de luchas terribles y de peores sufrimientos. Leyes más fuertes para los narcotraficantes, para la delincuencia, necesitamos valores; los ministerios de Educación y de Cultura deben de pronunciarse. Dominicanos, estamos ante una nación atemorizada pero no vencida; hay que dar la batalla y la daremos. ¡Vamos a sobrevivir en libertad!

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