Opinión

Mi poesía a Duarte

Un poeta guatemalteco llamado, Otto René Castillo, escribió uno de los textos más hermosos a su patria en medio de la convulsión y el terror, “Vámonos Patria a caminar”. Era una invitación a ir por la cañadas, por los escondrijos, por las calles, por los barrios, por las comarcas, por los parajes. Iba describiendo la patria en su realidad fragmentada, cotidiana, dolorosamente escindida. Invitó a la Patria a caminar con él, a ver sus harapos, sus cholos, sus gendarmes, sus miserias. Un día, Otto, después de recorrer con la Patria los más recónditos espacios de su universo mestizo, indio, decidió ofrendar su vida guerrillera en un cerro iluminado, lo hizo como el Quetzal, ese pájaro raro que vuela alto, que si lo apresan muere, que se abstiene de comer si lo detienen, que no sabe vivir si no es en libertad. El inmenso José Martí, en su obra inolvidable, “La Edad de Oro”, hablando de la Llama, ese híbrido animal de carga en el altiplano sudamericano, nos dijo que si le hablaban mal no daba un paso, si lo maltrataban desfallecía. Reflexionaba el apóstol que había animales que eran más dignos que algunos seres humanos. Siento una admiración ética, política y humana por Juan Pablo Duarte. Veo en el Padre de la Patria la figura más completa del decoro y el honor de un pueblo. Su coherencia, su riguroso apego a los principios doctrinarios de su tiempo basados en la libertad y en la independencia, su catecismo moral, su inflexibilidad patriótica, su inclaudicable posición frente a los traidores y vende patrias, hacen de Duarte un símbolo enhiesto del destino nacional. Es verdad que no fue un héroe marcial como Bolívar o San Martin, es verdad que no dimensiona el sacrificio en términos dramáticos de inmolación como Martí, pero no transigió con sus ideas, las forjó al calor de la lucha conspirativa, elaboró una táctica política de alianza para fraguar la lucha independentista, creó el movimiento de liberación y trazó las coordenadas de la proclamación de la República. Todo su emblema, todos sus signos y colores, toda su altivez, constituyen su obra. Enfrentó al sector de los hateros, a las fuerzas más atrasadas y conservadoras, siendo victima de su persecución y destierro, encarnando el patricio, los ideales progresistas de la sociedad. Cuando le correspondió regresar lo hizo, arma en mano, para defender al gobierno restaurador en su lucha contra las fuerzas colonialistas españolas. Víctima de las luchas rastreras, de las disputas de liderazgos, de las insidias, fue extrañado a cumplir una misión diplomática, con la finalidad de separarlo del grueso combatiente al que se había integrado sin vacilaciones. Todo su exilio es un pesar, una vida austera casi de monasterio, en la cual no dejó un solo día de pensar en su Patria. Quizás el azar quiso preservarlo del proceso degenerativo que acusó la alternancia del poder en su Patria. Pero murió de pie, vertical, con una firme fe en sus ideas democráticas y libertarias. Nuestro país no tiene un ejemplo de esa categoría en términos absolutos. Duarte es un absoluto en el imaginario nacional. Una creación, si se quiere, nacida de su ejemplo íntegro, buscando un cielo de paradigmas para rehacer el proyecto patriótico. Una gran parte de los dominicanos y dominicanas no conocen a Duarte, lo han oído mencionar, lo ven como una figura distante, disminuida, ajena al contexto actual, otros lo concibe idealizado para justificar la no materialización de sus conceptos e ideas sobre la vida práctica y los caminos de lucha por la justicia social. Hace varias décadas, en ese entusiasmo universitario de ideales y sueños, al concierto de voces de la Rondalla Universitaria y las tertulias del Movimiento Cultural Universitario, escribí un poema a Duarte. Ese poema no podía ser escrito con la rutilante retórica de la membrecía oficialista de turno. No podía ser escrito con los adjetivos rimbombantes de los cortesanos, no podía ser escrito para cumplir con las efemérides patrias, no podía ser escrito para ser declamado en el Altar de la Patria, entre trajes blancos, ofrendas florales y altos funcionarios con espejuelos oscuros. Lo escribí como homenaje a Duarte y como visión crítica ante el vacio que perdura, ante la falta de gratitud nacional. Lo escribí no por encargo sino por amor a sus ideas y ejemplo. El poema dice, “Duarte es una travesía de polvo y espadas/ un juramento de nubes demorando la partida de la tarde/ una medalla de luz condecorando la tierra/ también el hijo de un gallego estampado su amor con el nuestro/ una súplica de tormentas/ la patria vertical de los puños/ el sueño juvenil de los alborotados/ Duarte es un desterrado que se convirtió en paisaje/ una montaña que dialogó con los cielos/ una constitución de libres que nadie cumple/ Duarte es avenida tumultuosa, de gentes que lo ignoran, y que venden y compran y se aman y se mueren bajo su nombre”.

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