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Excesiva tolerancia

El presidente Leonel Fernández, más popular que populista, siente acoso de sectores de la sociedad civil y de la oposición, que muchas veces, airados y desafiantes aparecen en la escena política exagerando acontecimientos de su gobierno, tratando de airear lo que consideran un medio gubernamental viciado. Otras veces voces más prudentes y juiciosas exigen acciones de prevención y reparación; sin embargo, la falta de explicación, y peor aún, las consecuencias que generan la falta de petición de responsabilidades a algunos funcionarios que por donde pasan solo nos dejan la amarga experiencia del desacierto; que solo proporcionan argumentos para que se afecte la imagen del Gobierno de estos golpes de consecuencias, son los que contribuyen la mayoría de las veces a las críticas más mordaces. Se podría complementar diciendo que todo lo que lleva el sello oficial se convierte en una brecha insalvable para que la administración sufra el asedio y se multipliquen las calamidades que arrastran estos desatinos. Es indudable que el Presidente ha tratado en ocasiones de poner orden, otras veces ha dejado hacer. Excesiva generosidad que ha ido provocando desazón, desilusión por la marcha de los acontecimientos y, a la postre, escasa convicción sobre el buen desenlace de todo esto. Aunque es conocido que muchas denuncias caen en la insidia y la pasión, es innegable que se escatima dureza para castigar hechos comprobados. Demasiada ostentación, sin embargo, nunca es hora para que la comunidad nacional reciba la garantía de que el seguidismo no es virtud, sensación esta que se agudiza y que va de malestar a indignación. Para colmo, aumenta el sentimiento de que el gobierno es débil por lo liviano del reproche. Es preocupación compartida que nunca se llega a cambiar el Gabinete en profundidad y las remociones se quedan como simple cambio cosmético que resultan ineficientes, actitud que termina convirtiéndose en piedra de toque para el desconcierto. Ni siquiera se apela a la sentencia que reza más o menos “que para que todo siga bien, es necesario que todo cambie”. Sin embargo, debo admitir que el presidente Fernández guarda un respetuoso silencio ante los que discrepan de su agenda fijada, comportamiento que le ha permitido manejar muy bien y neutralizar a quienes anuncien distancia y mudanza, evitando así que la tentación se transforme en estrategia. Hasta se da el caso que complace a quienes sienten el deseo de oportunidad sin aplazarse las esperanzas, pero que hay que admitir que ese compromiso que no parece preocuparle permite que cobre cuerpo la sombra de la tolerancia. Feo sería que después de dejar la función pública, esa sombra pueda convertirse en un elemento indirecto de culpabilidad, que no sería justo ni conveniente en un hombre con robustez moral y claros principios como él. Pienso que no es saludable bordear el precipicio, pese a contar con todos los poderes del Estado. La experiencia indica, en efecto, que si se debilita el Gobierno, a la larga le transmite inseguridad al partido que lo sustenta, empujándolo al abismo. Y los opositores, no importa lo filodelictivos que sean, se solazan con las indelicadezas que les permiten agitar el espantajo del gobierno permisivo.

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