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Alcances de la misión diplomática hoy

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Manuel Morales LamaSanto Domingo

En la actualidad entre los Estados se desarrollan relaciones cada vez más densas e importantes, cuyo elemento principal debe seguir siendo una diplomacia en constante progresión. Hay que tener presente que cuanto más fluido, complejo e incierto sea el contexto exterior, más necesitará la diplomacia unas sólidas referencias conceptuales, jurídicas y éticas (R. Barston/A. Plantey). La diplomacia como instrumento de ejecución de la política exterior, ha podido ir adaptando sus formas de actuación a los requerimientos de cada época, de acuerdo a un intenso y consistente proceso evolutivo, en el que se sustenta su eficacia en la actualidad. Retrotrayéndonos a sus orígenes, salvo casos excepcionales, la diplomacia hasta el Renacimiento se presenta en forma ocasional, temporal y para asuntos concretos, es decir, era una diplomacia ad hoc. Esta forma de diplomacia está vigente aún, pero el envío de una misión especial, que es la forma como se suele ejercitar la diplomacia ad hoc, queda siempre sujeto al previo acuerdo aprobatorio del Estado que va a recibirla y sus funciones deben ser del mutuo acuerdo de los Estados involucrados. Las misiones especiales no están sujetas, como ocurre con las misiones diplomáticas permanentes, al establecimiento de relaciones diplomáticas, tal como lo señalan preceptos del Convenio de New York sobre Misiones Especiales. Una forma muy antigua de diplomacia ad hoc, sin duda la de mayor nivel, está constituida por la celebración de encuentros de jefes de Estado para solucionar cuestiones políticas complejas (diplomacia directa o en la cumbre). Empero, nunca antes ésta se había realizado con la frecuencia actual y con la diversidad de motivaciones con que tiene lugar en las últimas décadas. Cabe destacar que en esas ejecutorias de mandatarios, la misión diplomática permanente tiene un importante rol: previo a la visita del mandatario en cuestión, le corresponde realizar las coordinaciones de lugar. Asimismo, durante el encuentro concederá el respectivo soporte y sobre todo su responsabilidad es fundamental al corresponderle el debido seguimiento a los resultados obtenidos en esos encuentros. Es oportuno recordar que la misión diplomática permanente ha sido en los últimos siglos (“desde el Renacimiento”) el medio habitual por excelencia para el desarrollo de las relaciones entre los Estados. Sus antecedentes datan de la primera mitad del siglo XV, cuando los Estados italianos, especialmente Venecia, tienen la iniciativa de destinar enviados permanentes. Actualmente el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados, que se efectúa por consentimiento mutuo, supone el intercambio de misiones diplomáticas residentes, aunque no lo determina necesariamente, puesto que el derecho de misión (clásicamente denominado de legación) es facultativo en este sentido. En estos casos habrá que tomar en cuenta la conveniencia de ese intercambio en los diversos órdenes. Incide en la decisión el principio de la reciprocidad. En esencia, para determinados autores, la misión diplomática permanente es hoy el conjunto de personas nombradas por el Estado acreditante para ejercer, bajo la autoridad de un jefe de misión, funciones de carácter diplomático con el auxilio de funcionarios técnicos y administrativos en el territorio del Estado receptor. Esta socorrida definición ubica a la misión diplomática en la diplomacia bilateral, sin tomar en cuenta la importancia de la misión en sí misma. La misión diplomática permanente posee privilegios propios distintos de los que se les reconocen a los miembros del personal que la integra. Su creación es el resultado de un procedimiento diferente del seguido para el nombramiento y acreditación de los agentes diplomáticos, empero están íntimamente relacionados. Asimismo, tiene características y hasta derechos propios consagrados en el Convenio (o Convención) de Viena sobre Relaciones Diplomáticas. Respecto al concepto contemporáneo de misión diplomática permanente, es preciso poder contar con una definición de pleno contenido, que pudiera ser válida tanto para las embajadas que intercambian los Estados, como también para las delegaciones (o misiones) permanentes, establecidas por un Estado ante un organismo internacional. Por tanto, sería más adecuado conceptualizar la misión diplomática como “el órgano de un sujeto de derecho internacional encargado de asegurar las relaciones diplomáticas de aquel sujeto” (P. Cahier). Conforme a requerimientos contemporáneos, las funciones que tienen una alta complejidad exigen una formación muy específica, tal es el caso del ejercicio profesional de la diplomacia, que reclama la exclusividad de desempeño, es decir, un personal estable y permanente, y como corolario, la profesionalización y en consecuencia el establecimiento o institucionalización de una carrera diplomática con el respectivo rigor, que debe partir de la sólida formación multidisciplinar requerida, incluyendo prominentemente la concerniente al comercio y negociaciones internacionales. Téngase presente que en este ejercicio es esencial contar con una “visión” clara y debidamente fundamentada del “entorno internacional actual” y del propio país. Evidentemente, la eficiencia exige especialización y constantes actualizaciones de los conocimientos. Asimismo, la formación y experiencia que un funcionario va acumulando a lo largo de esta carrera constituye una inversión del Estado y son valores cuyo reconocimiento debe prevalecer en toda lógica institucional, con fructíferos propósitos. Sólo así la diplomacia podrá garantizar efectivamente que el respectivo país pueda aprovechar, convenientemente, las oportunidades que plantea “el entorno internacional” e igualmente, pueda prevenir o enfrentar adecuadamente los riesgos o amenazas que pudieran presentarse en el marco de la política internacional. El autor es Premio Nacional deDidáctica y Diplomático de carrera.

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