MEMORIAS
Amigos permanentes y tiempos que se fueron
Hace más o menos un mes que José Báez Guerrero vino a casa a traerme su último libro titulado “Guzmán su vida, gobierno y suicidio”, una obra de orfebrería estilística que ha venido a enriquecer la bibliografía nacional y a penetrar en el misterio que rodea aquel suceso que tiñó de luto la sociedad dominicana. La presencia de Báez Guerrero extrajo de la niebla del tiempo días inolvidables de nuestra amistad transcurrida en la redacción de este periódico bajo los ojos avizores de Rafael Herrera y el cariño de don Tuturo, don Moisés, doña Nelly y don Baby, para quienes era lo mismo un redactor, un mecánico, un chofer o un pregonero. Quiero decir que para ellos, los dueños, no había diferencia en el trato. Sólo imperaba la jerarquía del que más rendía su labor. En ese ambiente fue que surgieron mi amistad personal y relaciones profesionales con Báez Guerrero, trabajando conjuntamente con Miguel Guerrero, Miguel Franjul y Ruddy González. Un nexo que ha dado razones para que sobreviva sin tomar en cuenta ni la distancia ni el tiempo. Antes de hablarme del libro trajo a colación los días inolvidables de aquel Club de Corresponsales de Prensa Extranjera con representantes de Prensa Unida Internacional, Prensa Asociada, Reuters, France Presse, EFE, Orbe y otras que tenían en el país sus representantes. Nos reuníamos en el hotel Santo Domingo por diligencias de Miguel Guerrero y Héctor Herrera, funcionarios en ese entonces de la Gulf and Western, mediante unos desayunos que llegaron a congregar a los personajes más connotados de la política, el empresariado, la economía y la cultura y, en ocasiones, a sobresalientes personalidades continentales. Pero, desgraciadamente, la incomprensión, la chismografía y otras rémoras dieron al trate con aquel grupo. Pero no todo había muerto. Lon volvió otra vez por las andadas de resucitar las tertulias con la idea de provocar las reuniones entre amigos. Se idearon y pusieron en ejecución unas reuniones nocturnas en las respectivas residencias de un reducido grupo con el incentivo de unas “comelonas” a base de platos de la cocina criolla y en medio de degustaciones se hablaba de todo entre risas, sorbos de vino, whisky o ron. Los contertulios en cada caso alegaban ser los autores de los platos que se consumían, pero en realidad quienes cocinaban eran las respectivas “castellanas de la casa”. Lon alegaba que era él quien preparaba unos ricos espaguetis con muslos de pollo cuando en realidad era Esther. Traje a la memoria unas sabrosísimas “frituritas” a base de yautía y carne de res molida que hacía Doña Aura como entrada de un cocido de patas de vaca o una mondongada con arroz blanco y su “concón”. Rudy y Aracelis servían en sus oportunidades una exquisita picadura en la que nunca faltaban ni el caviar ni el roquefort. Baéz Guerrero y Patricia “botaban la bola” con una carne mechada (boliche) que José hacía pasar como suya cuando lo cierto era que el mérito pertenecía a su media naranja. Allí no faltaba ni un Dom Perignon ni un rosé de la Veuve Clicquot para las damas, ni un escocés de doce años. Y como si todo aquello fuera demasiado para el medio, desapareció como “pompa de jabón” al igual que aquel Club de Corresponsales de Prensa Extranjera, frustrando empeños que ojalá volvieran como aquella inmortal Ave Fénix. En medio de aquellos recuerdos míos sonó el celular de José Báez Guerrero cortando esta estela de recuerdos imborrables y quedando en mis manos “Guzmán. Su vida, gobierno y suicidio”, para abordarlo con el interés que tiene para las letras nacionales en un próximo domingo.