El Cerebrito
Remigio, amigo muy querido, periódicamente me narra sus experiencias en los distintos ambientes que frecuenta. Entendía que era tiempo propicio para contarme con cierto gracejo, sobre un personaje, El cerebrito. Lo justificaba por aquella frase que oía a un empresario con abusiva frecuencia, de que el mejor tiempo es aquel al que le ha llegado su momento. Cuenta Remigio que escuchó por primera vez la expresión “cerebrito” a un ciudadano de la península ibérica cuando recibía un trofeo en representación del club que había resultado ganador en una competencia deportiva. El término se lo endilgaba a un “avezado” individuo que observaba desde cerca cuando se entregaba el trofeo y cuyas cualidades de “hombre de negocios inteligente y emprendedor” envidiaba. Ocurre que El cerebrito se destacaba en ese ambiente por sabelotodo y su reconocida ironía, todo esto aprendido en el arte de la habilidad puesta al servicio de sus propios intereses. Remigio, como de costumbre, se encontraba presente en la entrega del trofeo de campeón del año siguiente, en la que resultó ganador de la competencia deportiva el mismo club del año anterior. Cuando el adulador que había acuñado la expresión “el cerebrito” iba a recibir su trofeo como legítimo representante del equipo ganador, El Cerebrito le arrebató de las manos el trofeo diciendo: “Esto es mío porque yo soy el que ha estado detrás de este triunfo”. No le quedó más remedio al infortunado adulador que aceptarlo con resignación. Mucha gente tiene la falsa creencia de que todo hacedor de riquezas es un “ídolo” al que hay que lisonjear. Vale decir, que quien vive de la adulación no es sincero. En una de sus máximas morales, Francois de Rochefoucauld expresa que la adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias a nuestra vanidad. En fin, la adulación genera, falsedad, ironía, falta de caridad, mezquindad, egoísmo y avaricia, defectos difíciles de extirpar.