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PENSAMIENTO Y VIDA

Láutico García, S.J.

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Francisco José Arnaiz S.J.Santo Domingo

Por diversas razones el P. Láutico García ha sido un sacerdote jesuita muy conocido entre nosotros. Su muerte acaeció el sábado 29 y su sepelio fue en la tarde del domingo 30. Fuimos compañeros de bachillerato, del mismo curso, y, ya de jesuitas, nuestras vidas fueron muy paralelas. Me estimuló siempre su capacidad de sacrificio y de entrega y su fidelidad a la vocación a la que Dios, como a mi, le llamó. Su debate con el profesor Juan Bosch fue una incidencia de su vida y terminaron siendo amigos. Esto habla muy alto de la grandeza de espíritu de ambos. Me sorprendió pero entendí que por su amor al sacerdocio dejase un día definitivamente su competencia en Historia, que era mucha, y se dedicase plenamente a la pastoral. Hombre de pocas efusiones y confidencias, muy reservado, jamás externó su mundo interior pero en su celo, en su fortaleza ante las dificultades y adversidades y en su entusiasmo y dinamismo apostólico intuí siempre una firme espiritualidad y una relación muy honda con Dios Nuestro Señor. Adusto y parco de palabras el amor lo puso siempre en obras. Respecto a Dios y respecto al prójimo. Con el presente artículo quiero rendir homenaje a su recuerdo. Son mis palabras en la misa exequial de su sepelio. Para un buen hijo de San Ignacio es una delicadeza de Dios morir en sábado y ser enterrado en domingo. El sábado es día dedicado a la Virgen y el domingo día dedicado a la evocación, actualización y celebración de la Resurrección del Señor, de su glorificación, preludio y prenda de la nuestra. Dichoso el P. Láutico por esta delicadeza. San Ignacio amó entrañablemente y confió en la Virgen María. En el Santuario de nuestra Señora de Aranzazu se despidió de su tierra vasca y en la Moreneta de Monserrat se despidió del mundo, dejó sus galas de noble caballero y vistió ya para siempre la librea de Cristo. Llegado a Roma se puso bajo el amparo de la Virgen de la Strada, cuya capilla la hizo incorporar a la Iglesia del Gesú. En sus ejercicios espirituales quiso que el ejercitante dedicase una semana entera a la meditación, a la contemplación del misterio de la Resurrección de Cristo y de sus consecuencias. La primera lectura bíblica nos ha hablado de la nueva tierra y de los nuevos cielos a la que ha sido llamado ya, con Cristo glorioso, nuestro querido P. Láutico. Con su lenguaje típico San Juan nos ha hablado de la paz, del bienestar y del gozo del vivir glorioso, a lo que ha aludido Jesucristo en el pasaje evangélico que hemos escuchado, premio indefectible de los que lo hayan dejado todo por seguirle: el ciento por uno en este mundo y después la vida eterna. Muy joven aún el P. Laútico, al aceptar ser jesuita, asumió dejarlo todo y entrar en el Noviciado de los Jesuitas de Salamanca en 1940 para poco después dejar lo que le quedaba, la patria, recién salida de una dolorosa guerra civil, y venir con un pequeño grupo a fundar el noviciado jesuítico de las Antillas en Cienfuegos, Cuba. El P. Láutico de sus 86 años de edad y 69 de jesuita, cincuenta y dos los ha pasado en la República Dominicana. Prácticamente, toda la vida exceptuada la infancia y los largos años de estudio como jesuita. Vino primero de 1948 a 1951 como profesor del recién estrenado Seminario de Santo Tomás en la Abraham Lincoln y después en1960 hasta hoy. Mi vida, quitando un pequeño período mío en la Habana ha estado unida a la de él desde 1937 y lo conozco bien. En las aulas, en el esparcimiento y en la pastoral. De una complexión física fuerte, envidiable, con salud de hierro, fue toda su vida serio, poco amigo de superfluidades y de perder tiempo, muy comedido en sus afectos, de un tesón rayano en terquedad, estudioso, celoso de sus soledades y a ráfagas solitario, muy concentrado en sí mismo siempre, pertinaz en sus propósitos y eficaz por perseverancia, recio y austero, reflexivo y creativo, académico y pastoral fiel a su vocación sacerdotal. En los largos años de preparación académica fue modelo de entrega total al estudio sin devaneos ni pérdida de tiempo. Era lo que Dios pedía de él. Fue así el P. Láutico labrando un saber amplio y denso y haciéndose competente en muchos campos. Licenciado en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas en España, al venir a la República Dominicana en 1948, al mismo tiempo que enseñaba Filosofía en el Seminario, se doctoró en ella en la UASD. Los viejos seminaristas de aquel tiempo todavía recuerdan con respeto sus macizas exposiciones sin desperdicio. Con el fin de dominar el inglés, la Teología la hizo en Heythrop, Inglaterra, cerquita de Campion Hall, parte integrante de la emblemática Universidad de Oxford. A continuación, al haber sido destinado a Profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario de Santo Tomás, el P. Láutico partió para Roma para hacer su doctorado en Historia de la Iglesia en la Universidad Pontificia Gregoriana. Allí coincidí con él dos años en mi Doctorado en Teología y doy testimonio de su consagración a lo que había ido a Roma. Cuatro años duraría en su empeño y en 1960 se doctoraría con su sesuda y bien documentada tesis sobre Francisco de Miranda el prócer de Venezuela, a base de sus Memorias, que más tarde se la publicaría la Academia de la Historia de Venezuela. Con estos entorchados ese mismo año llegaba el P. Láutico a República Dominicana de nuevo, en los estertores de la tiranía, y se encargaba de esta cátedra en el Seminario de Santo Tomás. No se contentó con esto y simultaneó la comunicación de sus saberes en el Seminario con una cátedra en la UASD. El licenciado Hatuey De Camps y la Licenciada Ivelisse Prats siempre me han hablado con admiración y respeto de aquellas enseñanzas del P. Láutico García. En 1962, a propósito de un artículo sobre Juan Bosch, aceptó un debate con él por Televisión y se convirtió en una figura nacional. Curiosamente, el P. Láutico en 1967 dio un giro imprevisto a su actuación y proyección personal y se pasó del mundo académico al mundo pastoral. Dejó su cátedra de Historia Eclesiástica y se convirtió en el Asesor Nacional del Movimiento de Familiar cristiano y primero en Vicario parroquial y después en Párroco de la recién creada Parroquia de la Santísima Trinidad. En el trasfondo de este paso hubo una intuición del P. Láutico. Percibió que la Iglesia Dominicana, abierta a los nuevos aires del Concilio Vaticano II y sacudida por los vientos huracanados de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín reclamaban una nueva Iglesia no replegada en sí misma sino abierta al mundo moderno, y él quiso contribuir con ese nuevo impulso. Animado de este espíritu, una vez constituido párroco de la Santísima Trinidad, adoptó el SINE, (sistema integral de la Nueva Evangelización), proveniente de México, puso en marcha el Colegio de Santo Tomás de Aquino y creó la “Hora de Dios”, obra social, en Herrera, barrio entonces de muchas precariedades y necesidades. La primera iniciativa era con la finalidad de integrar a los laicos y laicas a la misión evangelizadora de la Iglesia. La segunda con la finalidad de contribuir a la promoción de nuestra gente a través de la educación. Y la tercera para dar cumplimiento eficaz a la opción preferencial por los pobres, desposeídos y marginados de la sociedad. Consciente del influjo de los medios de comunicación social le atrajo siempre el apostolado de la pluma y asumió el esfuerzo de ser un asiduo articulista del periódico El Nacional. De la compilación de esos versátiles artículos surgió una veintena de libros que reflejan su conocimiento del alma dominicana y de sus problemas y necesidades. Todos ellos revelan su solicitud por una patria mejor y por una sociedad dominicana más digna, más responsable, más moral, más justa, más solidaria, más creyente y más espiritual. Un accidente de carro doblegó su fortaleza física y a la postre ha terminado con decretar su desenlace final. Al recibir la noticia de su defunción me vino a la mente la parábola de los talentos. Mi querido P. Láutico, los talentos que Dios te dio no los dilapidaste ni los enterraste improductivos sino que los hiciste fructificar al cien por cien. Por boca de Jesucristo en la parábola, Dios al que así actúa le dice: “Siervo bueno y fiel entra en el gozo de tu Señor”.

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