“Currutá, currutá” y “bueno que ta”

Onomatopeya del “toque” de la “tambora” dominicana, que casi siempre tiene los colores de la bandera y el escudo. Empleo de palabras que imitan sonidos. Reproducción del sonido de algo en la palabra. Remedo de un sonido para referirse a él mismo. Repique de la “tambora dominicana” en el merengue. Yo sé lo que hago al ponerle el apellido nacional a este instrumento universal, que renegando del “tamboril”, se toca con un solo palillo y la palma de la mano. Sonido criollo, eco de sincretismos preteridos, logrados solo sí al “fabricarla” se usa como remate de ambos extremos, “cuero de chivo macho” y del otro “cuero de chiva hembra”, que “nunca haya parido”. De lo contrario no suena como debe sonar, porque la tambora no “cojea” de “izquierda a derecha”, no se “derrumba” y no hay quien le saque el “currú, ta”. Los tensores de soga de cabuya y los tendones para los “aros” son de “bejucos de tamarindo”, partes de una artesanía que tiene misterios que decodifica “el que la sabe tocar”. Se nace tamborero como se nace “poeta, sacerdote o guerrero”. Claro, que la madera liviana, “jobo o amapola”, tiene que ser debidamente escogida por su reputación ancestral, probada al tacto para “auscultarla”, a ver si tiene en el “pepunte” de su eco, la reminiscencia del monte, mesclada con retazos de cielos de todos los crepúsculos. La “baitoa” se usa para tensar y “estericar” el cuero, por ser palo que no cede ni se tuerce. El acordeón, debe su nombre a “G. Accordion” músico de Viena que en 1829 se lo inventó. En su “guiriguiri”, se sienten los aires guerreros de los cantones independentistas, tocados con la “armónica de boca”, a orillas de “fogatas en las noches de guerra”. Dejo belicoso de los fuelles, alusión a la riña. El grito de la “cuyaya” asomándose multiforme en cada tecla. La tambora alcahueta que sigue al acordeón, como sombra militar que recuerda el uso del instrumento para marcar el paso. La gu¨ira, espejo de la guerra misma. “Pululo” el tamborero de Santiago se “montaba” al tocar, entrando en trance. Entre el “Currutá y Currutá”, viraba los ojos, “mascando el aire”, metiéndose de contrabando al “inconsciente colectivo”, por el “joyo jondo” del eco de su tambora. Murmullos, tragos de ron, el tufo apestoso del tabaco, y ese vaho a “mujeres jembras” derricándose por los pitos del acordeón “sofocado” y el “chirreo” de la gu¨ira. “Currutá. Currutá”, y “bueno que tá”, expresión de algarabía con tambora. “Tremenda jodienda”. Satisfacción que siendo ironía, es doble sentido que integra otra sentencia popular que se deja caer: “lo bueno de esto es lo malo que se está poniendo”. Alusión a la hora inevitable del “no te menee”. Y “bueno que ta”. “Currutá” “Curruta”, que se repite, porque da “seguidilla”. Declaración y exhortación. “Dale con ritmo a la tambora”. Advertencia, reto o desafío, que naciendo en la tambora esa que marca el paso, se “mete en cabeza”, se “resbala” por el cuerpo como “culebra sabanera”. Nadie sabe, “dónde parará la cosa”, ni por donde se “desguindará” el cielo “derrumbado”. ¿Vamo a vei? Advertencia del que “aguaita”. Amenaza jactanciosa que pretende. Clave que descifra una paciencia peligrosa que parece no tener fin, ya que “todo es hasta un día”. El día “menos pensao”, en el que todo se descompone porque se “Jodio bayajá. “Currutá. Currutá y bueno que ta”. “Que esto no lo arregla nadie”. “E´ to va” como caña pal´ ingenio”. Lo de hoy será lo de mañana, como diciendo “todos son la misma vaina”. “Sigan durmiendo de ese lado para que se fuñan”, grita alguien, aludiendo a los “huevos de la lechuza” y al “va´ llové” no moja. “Que va’ gallo, que va”. El día más claro llueve. “El tanto joder empreña”. “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. La gente se está “jartando” de la misma vaina. “La procesión no dobla”. El santo pesa “como el diablo”. Ya nadie se traga los embustes. Ni las promesas. Nadie se “chupa” el dedo, la paleta, el “caramelito”. Nadie se traga el “discursito”. “Currutá. Currutá y bueno que ta”.