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Opinión

DOMINICANEANDO

Con cotorra no

José Miguel Soto JiménezSanto Domingo

El merengue de calle es la última de las expresiones populares que recoge esas fórmulas sincréticas con la que el dominicano manifiesta su particular forma de ser y ver la vida. Nada de poses y “vitrinas”, la “voz del pueblo es la voz de Dios”. La voz de las grandes mayorías. El asunto no es que nos guste o no nos guste. Es eso mismo. No se trata, de calidades, de formalidades o excentricidades. No se trata de prurito social, eufemismos o discriminaciones. Tampoco se trata de prejuicios ni perjuicios. No se trata de lo que debiera ser, de lo que pueda aspirar la gente que se dice educada, sensata y decente. Nada tienen que ver si sus intérpretes sean o no, educados. De que si fueron a la escuela, si no pudieron ir o no les permitieron que fueran. De que si le dieron o no le dieron oportunidades. Las oportunidades a que todos tenemos derecho. Si son auténticos, si se parecen o no a su pueblo, si reflejan sus miserias y dificultades. De que si son vulgares, rastreros o callejeros. De que se parezcan o no a otras cosas desagradables, indeseables a ciertas élites que parece que son, pero que no son el país. A despecho de que vayamos pa'lante, pal'medio o pa'tras. De que estemos parados, varados o quedados en el mismo sitio donde nos dejó la desgracia. Si estamos “cogidos por el pichirrí”, o “cogiendo candela como la arepa por arriba y por abajo”, no se trata de que sea una moda. De que se esté o no en la cosa. Que si eso dura o no dura. Que si va de paso. De que esto es una “bulla” o un “ruido”. Que si tiene letra. Que si se entiende o no se entiende. Que si se oye o no se oye. Que si ofende o no ofende. Del buen gusto o el mal gusto. Si está “camú” o no lo está. “Una vaina que ta'bien o una vaina que ta'mal”. Se trata de eso mismo. De algo que está ahí. En el medio de cualquier cosa. De algo que es una realidad que no se puede ignorar. La gente lo baila, lo tararea, lo amasa, lo suda, lo articula, lo compone y lo descompone. Lo manipula y lo repite. De que el pueblo lo asumió como suyo, para expresarse, para comunicarse entre sí, con su propio idioma. Para “alebrecarse”. Para enamorarse. Para descogimbrarse. Para aparearse. Para celebrarse así mismo, con su propia voz. “Porque al pobre nunca lo buscan para nada bueno”. “Porque al hombre pobre la cama se lo come”. Para burlarse de todo el trabajo que pasa, porque la calle está dura. Porque el mambo callejero es pegajoso, porque esa vaina se pega y trasmite cosas más allá de los discursos. Son las cosas grandes y pequeñas que son sus cosas, nuestras cosas. Las cosas de las grandes mayorías excluidas del cumpleaños de esa democracia de salón. Democracia de escaparate, vacía de contenido social, de “uso externo solamente”, de “pronóstico reservado”. La democracia esa para un grupito, que por negarse a sí misma le niega todo a todos los demás. Porque son los mismos que no han resuelto la cuestión. “Porque no lavan ni prestan la batea”. Entonces viene la “cotorra” para justificar, para argumentar los mismos argumentos. Para meternos los mismos cuentos de camino con que nos cogen de nuevo de “pendejos”. Prometer lo que nunca se cumple. La “cotorra” que no es simplemente hablar, es repetir lo mismo hasta que se pegue. “Cotorra” con “violín” para dormir a uno. “Cotorra” con “paquete”, para “paquetear” al que se deje. “Cotorra” con paleta de todos los sabores y colores, para “paletear” y endulzar lo amargo. Porque “cotorrear” es hablar mucho. Repetir las mismas “pendejadas” con que se nos engaña siempre cada cuatro años. Porque nos dejamos engañar. Nos dejamos meter “gato por liebre”. Nos gusta “dizque” nos sorprendan, que nos “dejen oliendo donde guisan”. “Dar cotorra” es más que hablar mucho. Hablar “hasta por los codos”, para convencer, para dormir a uno. Nos “engatusan” siempre y ya para eso, está más que bueno. El Sujeto ese tiene razón, estamos “jartos”. Cansados de “comprar oro 24 y que nos den calamina”. Con “cotorra” no. A palabras necias oídos sordos. ¡Hay que volver a Capotillo!

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