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Opinión

Los jefes de Estado y las drogas

Enrique Pérez MartíSanto Domingo

Los jefes de Estado del mundo, los de hoy y los de ayer, han dejado a la suerte, a la deriva o a la buena de Dios, el progreso vertiginoso de las drogas cuyo auge se multiplica y se complica cada día más. El caso de México se está viendo surgir en otras regiones aledañas por la liga de la mafia criminal y el narcotráfico contra las autoridades. El mundo actual está en crisis económica pero, paralelamente a este mal, con las pérdidas de empleos en general que se producen diariamente, hay que pensar que la lista de los adictos a las sustancias prohibidas se multiplicarán automáticamente por lógica, ya que la incultura generalizada busca tapar una desgracia con otra suerte adversa. Creemos que debería convocarse a una reunión de los países americanos, primeramente, y luego al pleno de las Naciones Unidas, para ponerse de acuerdo sobre cómo enfrentar el problema con leyes, reglamentos y operaciones de bloqueo internacional, y con el consentimiento de los países productores de drogas. Estas medidas previsoras serían para adelantarse a lo que podrá ocurrir dentro de 25 años, pues van a ser pocos los psiquiatras para atender a los consumidores de sustancias prohibidas, debido al número no previsible de psicópatas que deambularían sin rumbo, a la caza de asaltos, robos o delitos que podrían llegar al crimen. Los técnicos saben que los enfermos, para conseguir la dosis diaria que les reclama el cuerpo en su tribulación para mantener su vicio, no se conforman con una dosis en un día, pues para calmar su ansiedad, desde el punto de vista patológico, el mínimo de consumo es algo imprevisible. Las Naciones Unidas emitió en 1988 una resolución para controlar las 22 sustancias químicas que sirven para componer la heroína y la cocaína, que son las drogas más dañinas y que sin reactivos, sin acetona, etc., no es posible su comercialización. El complemento para que estas medidas puedan tener éxito; los gobiernos deben trazar un plan contra la corrupción de civiles que están en lo alto, en las alfombras que no pisan los pueblos, y continuar en los institutos armados que fueron formados sin preparación académica y de estratos sociales sin educación. Nuestra frontera en República Dominicana es clave para cerrar el ciclo de suprimir o aminorar la comercialización de las drogas. Pese a quien le pese, sólo hay una solución y es cerrarla, después de que se corrijan unos pabellones en la tierra de nadie, pues hay una faja de terreno de 8 ó 10 kms de ancho entre los puestos militares de ambos países, en los puntos álgidos que sirven para los mercados y como sitios de esparcimiento. Así impedimos el contrabando de armas, drogas, mercancías y podríamos decir que controlaríamos la inmigración clandestina de los indocumentados que tantos problemas nos han traído por años. Esto desfavorecería en primer lugar el paso libre de las enfermedades y evitaría el robo del ganado en esa región tan olvidada por los gobiernos. Los planificadores para introducir las sustancias prohibidas en diferentes conglomerados sociales no descartan a los niños que comienzan con la yerba y su contacto principal son las escuelas. Aquí en República Dominicana, los vendedores entran a las escuelas y los maestros que no reciben preparación alguna sobre esa materia se hacen de la vista gorda. Estos centros estudiantiles en los países avanzados son protegidos por leyes que determinan límites para los vendedores de sustancias prohibidas, que son 100 metros a la redonda de las escuelas, esto es, si un vendedor traspasa el término, es sometido a la justicia y la pena es dura. Las organizaciones que se ocupan de ofrecer las sustancias prohibidas buscan los sitios donde se reúnan adolescentes, su incursión es en las universidades, porque gozan de tener más dinero y son más proclives a los placeres. Ahora bien, a los miembros de los institutos armados los conquistan ofreciéndoles gratuitamente porciones porque estas dádivas son provechosas, pues adquieren un cliente y una protección a su negocio. Para los testaferros que manejan el dinero de los grandes productores habría que buscar la fórmula para investigar sus maniobras fraudulentas por los impuestos y el recibo real de drogas. La DNCD no capta ni el 1% de las drogas que es recibida en el país, por falta de equipos, falta de personal y otro tantos difíciles de compaginar. La verdadera labor de un programa de prevención ha de fundarse en la parte educativa, en los centros de estudios, así como con los maestros. Las drogas son peligrosas de por sí, y son una navaja de doble filo porque destruyen la personalidad, la voluntad de la persona, deforman la moral completamente, inhabilitan la labor profesional y técnica, hacen olvidar los principios de higiene, la dignidad se borra en la mente del consumidor y se arraigan en el enfermo tenazmente hasta destruirlo en el entorno familiar y frente a la sociedad. Sería oportuno comenzar a diseñar sobre el plano de la mafia y el del narcotráfico las medidas salvadoras que se puedan tomar para erradicar este flagelo y no dejar en banda este mal en el siglo XXI. El presidente de los dominicanos, Leonel Fernández, tiene la palabra.

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