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PANCARTA

Reflexiones acerca de la novela chiquita

2/5 Si leemos un texto narrativo la diferencia entre hacerlo creíble o no, nada tiene que ver con que sea verdad o mentira. Su resultado es solo posible por la evolución adquirida por el hecho narrativo hasta el día de hoy. Y que no es más que un conjunto de saberes, de instrumentos que utiliza el autor para al distanciarse del narrador y dejarnos un producto que leemos como algo tan fluido y normal que nos hace olvidar que detrás de cualquier obra literaria hay toda una tradición donde se suman experiencias que muchas veces se transforman en estructuras, que a diferencia del mundo lineal a que aspiran algunos, es bastante circular, permitiendo que cuando se creían superadas formas narrativas aparentemente del pasado, surgieran textos dentro de esa tradición que terminarán siendo más innovadores que aquellos que aparentaban ser tan revolucionarios que ya no se podía volver atrás. Pienso, por un lado, en Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez; y por otro, en James Joyce y en Julio Cortázar. La ruptura que se produce entre nuestros grandes novelistas de la tierra, Rómulo Gallegos o Mariano Azuela y la llegada revolucionaria del boom, que en vez de seguir a partir de la concepción de sus principales autores la influencia de nuestras literaturas nacionales buscaron su mundo transformador en autores norteamericanos, como William Faulkner y John Dos Pasos. Para la década del 60 había una competencia por las técnicas innovadoras, a veces poniendo éstas por encima de la narración misma, y son esas innovaciones instancias válidas a veces con resultados positivos y que quizás puedan enmarcarse en la polémica Cortázar-Callazos. Pero los importantes resultados de obras como Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, o de Rayuela, de Julio Cortázar, iban parejas a la decisión de Gabriel García Márquez de hacer una obra que seguía apostando con vigor a las técnicas tradicionales, y logrando resultados esplendentes como Cien años de soledad. Otro aspecto que quiero destacar desde mi fuerte tradición con la poesía, es que mientras ésta puede decir tanto con pocas palabras, el ámbito de la novela es exactamente lo contrario: necesita un espacio amplio para que sus personajes y sus técnicas puedan crecer y fortalecerse a través de una historia inventada o real, pero que siempre tiene que estar construida con palabras.

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