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Fue Rufklizza

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Yvelisse Prats-Ramírez de PérezSanto Domingo

Los cuentos estaban ahí, en una de las gavetas de mi desordenado escritorio. Los escribí en el 2006, yo misma no se bien cuáles fueron exactamente los motivos que me iniciaron en esta aventura que jamás intenté anteriormente, aunque como lectora apasionada me fascinan los cuentos. Durante los 39 años que dura esta “unión belicosamente estable” como llama Mario a nuestro matrimonio, me negué tercamente a aceptar las incitaciones conyugales para ingresar formalmente el gremio literario al que él pertenece y en el que le han reconocido incluso con una calle en la Feria del Libro. Mi incursión en esos predios se materializó en los poemas publicados, en el libro “Necesaria Existencia” que prologó Máximo Avilés Blonda, en 1984. Después me convencí de que escribir versos era para mí una explosión emocional, pretexto para arrancarme la piel exhibiendo mis sentimientos, pero que en un país repleto de poetas mayores, yo no era poeta. Decidí continuar escribiendo, porque no puedo vivir sin hacerlo, pero orienté mis apremios amorosos, a veces belicosos, a través de artículos, ensayos, unos cuantos libros y conferencias. Porque amo la poesía, aunque no soy poeta, una que otra metáfora se cuela en mis textos, transgrediendo las reglas de la prosa científica y del periodismo estrictu sensu. Un día de un año particularmente difícil, sentí que tenía que exorcizar sus peores momentos haciéndolos episodios de historias ajenas, que nunca lo son totalmente, porque vivo y sufro En Plural abrazada a la gente. Pensé que a lo mejor podía mezclar un poco de fantasía a las realidades crueles, y escribí en un repente de dos o tres semanas, cinco cuentos. Pasado el desahogo, los guardé, junto a los apuntes de unas “Memorias desmemoriadas” que hilvano a retazos cuando la inconformidad se hace nostalgia o cuando quiero preservar como fetiche o como espanto algún recuerdo. Tuve otro repente hace como dos meses, cuando leí en la prensa un anuncio del Concurso de Cuentos de Radio Santa María. Aunque nunca creí mucho en la tesis de Pirandello, parece que fueron ellos, los propios cuentos, que desde la gaveta llamaron mi atención, a lo mejor querían ser conocidos para cumplir su función esencial de comunicar, comunicarme. Le dije a mi secretaria, que era la única que los conocía porque los había transcrito, que iba a enviarlos al Concurso, para permitir que alguien más que ella y yo los leyeran. Y los envié. Los leyeron. Vaya si los leyeron. Un jurado integrado por conocedores versados, escritores/as reputados/as, conocieron entre casi 200 cuentos los que envié al Concurso, en el absoluto anonimato de un seudónimo que tomé de la protagonista de una narración de papá publicada en 1930: Rufkizza. ¡Le otorgaron a uno de mis cuentos la primera Mención de Honor! Cuando escuché el título de ese cuento premiado entre los que se leyeron durante el acto de premiación el miércoles en el Auditorio de la Cooperativa de La Vega Real, me sentí como debutante quinceañera que baila por primera vez un ritmo nuevo. “La ballerina” por cierto, se llama mi cuento con mención de honor. Traté de mantener la compostura mientras iban diciendo los nombres de los galardonados, la mayoría tan jóvenes, muchos de ellos ya con experiencia en concursos y premios. Pero sentía un orgullo intenso, un aletear alegre que me puso a sonreír como una boba todo el tiempo. Porque los reconocimientos que he recibido últimamente han sido a una larga carrera en educación y en política, y la modesta fama que he ido construyendo gravita por acumulación e inclina cada vez un poco más la opinión a favor mío. Esta vez no es así. Este cuento lo envié desnuda de identidad conocida, lo escribí hace casi tres años, cuando tenía 75, y me interna en un camino de descubrimientos, innova mi estilo, crea formas diferentes de combinar palabras. Me invento a mi misma, por fin complaciendo a Mario Emilio, tocando las puertas que creía inaccesibles de la literatura. Tengo ahora, también, otro nombre estrenado, y sin embargo pretérito, añejado en la ternura de la herencia. Al comunicarles a mis familiares y amigos/as la noticia, he compendiado mi alegría en una frase que repetí desde que Luis Beiro, miembro del Jurado, me entregó el certificado de honor: “este premio vale más para mí que un Nóbel de Pedagogía, si existiera y me lo concedieran”. Porque es el sorpresivo y grato encuentro de un apetecible ejercicio dentro de mi escritura, que ahora aprende a llorar, a reír, y a amar contando historias. Y porque soy maestra, quiero mostrarlo a los/las jóvenes como testimonio de que se puede empezar día tras día, contando que Dios y la vida nos guardan algún premio por atrevernos a explorar con la curiosidad y el entusiasmo a tope. La prudencia me tira de la brida. Recuerdo en este instante que no fue Yvelisse la que ganó Mención de honor en el Concurso de Radio Santa María. Fue Rufklizza. Pero también el nombre despojado de apellidos y títulos acrecienta mi orgullo. Con la gracia del Padre, he creado una nueva, y tan joven criatura. Que a lo mejor, sigue escribiendo cuentos.

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