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Opinión

DOMINICANEANDO

¡Esas Fuerzas Armadas!

José Miguel Soto JiménezSanto Domingo

Alarma y preocupación. Vergu¨enza y estupor causan en la población con razón, la aparición de delincuentes en las Fuerzas Armadas. Las fuerzas militares son instituciones fundamentales en la vida de la nación. Todos los gobernantes, más allá de la concepción que hayan tenido de la nación y el Estado, lo han reconocido sin importar como hayan instrumentalizado para sus fines la organización castrense. Es cierto que estos cuerpos manipulados por los políticos, habiendo sido el instrumento forjador de libertades, sirvieron en ocasiones para conculcar las mismas libertades que lograron forjar en los campos de batalla de la República. La defensa fraguó en siglos de agresiones y desconcierto la identidad nacional. “La patria es un pedazo de tierra defendida” y por mucho tiempo sólo hemos hecho eso: defender nuestra pobreza contra todo y contra todos. No hay pueblo que le deba tanto a su heroísmo, y en ocasiones, hemos abusado de sus posibilidades cuando se ha corrompido en despropósitos que han sido corregidos por grandes gestas. Naturalmente, que estos antecedentes son referentes sin los cuales nuestra realidad no se comprende, y debemos hablar de unas “Fuerzas Armadas” del presente, legitimas en nuestro Estado de derecho, al servicio de las necesidades de seguridad y defensa de nuestra sociedad, y sin las cuales quedamos a expensas de cualquier capricho. Nada de milicias. Nada de colecticios. Nada de turbas troperas, nada de caciques “malgachos” conduciendo la peonada mal armada. Nada de esos “carajos” sin más ley que la de su propio albedrio analfabeto. Nada de “Concho Primo”. Nada de gendarmes de regímenes neopatrimonialistas, cargados de privilegios arbitrarios. Nada de lo que decía Lowenthal, cuando se refería a “que el ejército creado por el dictador sólo cumplía funciones políticas y estaba integrado por corrientes que competían entre sí por las migajas del poder, escasamente motivadas por consideraciones de índole ideológica”. Nada de lo que el autor habla cuando se refiere a “militares depredadores más que militares reformadores. Nada de ese “ejercito pre- estatal nacido en el seno de una tiranía interminable”. Nada de los guardias que “leen como quiera”. Nada de soldados de mentira o “botellas militares”. Estoy hablando de lo que soñó Luperón. Los que vienen del pueblo para defender al pueblo. Esos que protegen a la sociedad con las armas de la ley, del azote del narcotráfico y la delincuencia. Los que amanecen custodiando la paz, los que están en su cuartel amasando el pan duro del deber. Los que se entrenan para siempre estar listos para cuando se requiera. Los que no replican. Los que se arriesgan en los desastres naturales o construyen dispensarios y escuelas. Los de las Escuelas Vocacionales. Los que le dan seguridad a los comicios, y vigilan la siembra. A los que se les agita el pecho cuando suben la Bandera. Los que se siguen emocionando con el Himno Nacional. Los que creen en el honor, la honestidad y la vergu¨enza. Los que no negocian la dignidad. Los que no saben vivir sin pundonor. Los que observan los reglamentos, los que están dispuestos a dar “todo por la patria”. Los que piensan que “la milicia nos es más que una profesión de hombres honrados”. Hablo de los que portan las armas de la democracia, esas que es mejor tenerlas sin necesitarlas, que necesitarlas y no tenerlas. Nos referimos a la escuela de nación. Las que paga el pueblo para su sosiego. La que guarda la territorialidad y la soberanía esa que es innegociable. La que cuida las fronteras, vigila nuestras aguas y el espacio aéreo. La que no tiene en su celo enemigos preferidos ni amigos trascendidos. Los institutos castrenses son instrumentos vitales para la gobernabilidad democrática. Sin ellas la República seria inhabitable. Esas que siendo reflejo de la sociedad donde se desarrollan, deben ser un ejemplo. La última trinchera de la dignidad nacional. El no pasarán de todas las aberraciones. Ahí no pueden caber los truhanes. Hay que corregir enérgicamente los defectos de una institución compuesta en su gran mayoría por esos dominicanos de buena voluntad que creen en la nación y en sus atributos. Los políticos que mandan deben saber que sin desmedro de las facultades que les marca la ley, deben respetar una conciencia que sólo debe estar consagrada a la República. Yo creo en esas Fuerzas Armadas con la fe de quien está convencido de sus virtudes. Con la certidumbre de su vigencia. De su necesaria presencia para acompañar al pueblo en sus dilemas. Y para aquellos que quieren pescar en rio revuelto y tirar ahora en este mal momento, los dardos de Partos del oportunismo barato, que sepan bien que esas Fuerzas Armadas que se quieren estigmatizar con antecedentes ciertamente odiosos e indeseables, son las mismas donde se formaron hombres que cumplieron con su deber y que aun en sus equivocaciones, lo hicieron en la creencia de que estaban en lo legal y lo correcto. Son esas fuerzas y no otras donde se formaron hombres de la talla del capitán Eugenio Marchena, del general Juan Tomas Díaz, del capitán Antonio de la Maza, Pedro Livio Cedeño y del teniente Amado García Guerrero. Esas son las mismas Fuerzas Armadas de los oficiales que en noviembre de 1961 le pusieron fin a la dictadura. Las fuerzas militares del coronel Rafael Fernández Domínguez y la del coronel Francisco Alberto Caamaño Deño. Son ellas las Fuerzas Armadas de la dominicanidad. Sangre de nuestra sangre. Carne de nuestra carne. Sueños de nuestros sueños, hasta el final de nuestros días. ¡Hay que volver a Capotillo!

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