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Opinión

ORLANDO DICE...

¿Qué pasa con “pejes gordos” del narco?

La distinciónEl incremento en el consumo de drogas y el auge del narcotráfico, así como sus ramificaciones e influencias, crean confusiones en segmentos de opinión que afectan la lucha contra ese flagelo. Incluso, las propias autoridades encargadas de combatirlo aparentemente no tienen claros los espacios y declaran a lo loco. ¿Cómo decir que “los pejes gordos” eluden a la Dirección Nacional de Control de Drogas en los puntos de venta? No eluden nada, simplemente nunca están en esos lugares, y no pueden estarlo. Si lo estuvieran, entonces no serían “pejes gordos”, sino “jaibitas”. La equivocación no es nueva, pero igual de trastornadora. Aquí se llama capo a cualquiera que se dedica al comercio de estupefacientes, y se hace con un sentido periodístico de usar de manera amplia y arbitraria los sinónimos. De algún modo se actúa con improvisación. Hay categorías, como en todas las actividades humanas, y es importante discernir los grados, pues en la sutileza podría estar la clave. No es lo mismo quien importa, traslada y almacena, que el detallista que trata con el adicto. Los “pejes gordos” no andan cerca de las esquinas, y ni siquiera del barrio, y se hace difícil llegarles, pues existen cadenas de comercialización. Eso debiera saberlo la DNCD, e igual los medios, pues de esa distinción dependerá que se apliquen los correctivos propios a cada situación... Las fallasCon los “pejes gordos” sucede lo mismo que con El Hombre del Maletín, del que todos hablan, de quien se supone existe, pero que nadie identifica con pelos y señales. Ahora resulta que Paulino Quirino Castillo no era el “peje” más gordo del narcotráfico en República Dominicana, y como no lo era, los norteamericanos negociaron para que sirva de testigo de cargo contra sus superiores. Para llegar a esa conclusión hubo que hacer una indagatoria profunda, y aplicar sobre todo inteligencias, pues esa gente anda sumergida y maneja los hilos sin aparecer en el escenario. Las fallas de los organismos antinarcóticos son de inteligencias. Agarran al carajito de la esquina, pero no a los suplidores de importancia, pues no tienen paciencia para dar seguimiento hasta llegar al verdadero poder. Sin embargo, los “pejes gordos” existen, y las autoridades los conocen, pero no hallan la forma de enfrentarlos y sacarlos de juego. Lo de Puerto Plata fue escándalo por la implicación de la casi totalidad de la dotación policial, pero lo grave fue saber que ese espacio fue tomado por túrpenes de la droga, que se han repartido la región y tienen sometidas todas las instancias. Esos personajes son dueños de vida y hacienda, y se mueven en las sombras como reyes absolutos del crimen. Cuando los jefes de bandas ponen a las autoridades a librar sus guerras, el control de la ciudad está en otras manos... Los casosMientras se anda buscando a los “pejes gordos” en los puntos de venta de las esquinas, estos no sólo acrecientan su poder, sino que se insolentan, pues se consideran intocables. Se tiene en la mira al agente policial, pero hay que atender otro cartón más importante: el ministerio público. Lo de Higüey da grima, y supera el drama de las películas de gángsters. Cuentan que un miembro del ministerio público, ante su impotencia para hacer frente a su perseguidor, fue a su presencia y se rindió. Ese perdonavidas, como hay que suponer, se envalentonará más y tratará de someter los demás estamentos de poder, sean civiles o militares. Cuando esa situación sea del conocimiento de otros jefes de bandas ¿qué se supone que harán? Imponer ese mismo terror en otros puntos del país, pues el trance se torna shakesperiano (to be or not to be): o plata o plomo. Como está sucediendo ahora en Méjico, después de haber ocurrido en Colombia. Se permitió la desmesura de esos grupos, y ahora se hace difícil controlarlos, y no se diga eliminarlos. Las fallas, insisto, son de inteligencia: se supone que por los lados de Capotillo se mueve un traficante de cuidado, pero nadie da con él. Este caso se parece mucho a los de insurgencia en tiempos de los doce años de Joaquín Balaguer, en que hubo revolucionarios que se convirtieron en leyendas, pues decía andarse tras ellos, pero cuando se sabía que iban en una dirección, sus rastreadores tomaban el camino equivocado...

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